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miércoles, 29 de febrero de 2012

POEMAS DE LUIS DE GÓNGORA









(Córdoba, España, 1561- Córdoba, España, 1627) Poeta español. Nacido en el seno de una familia acomodada, estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto una amonestación del obispo (1588). En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo. Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades económicas, que lo acosarían hasta la muerte. Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que conforman su epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en vida casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy leídas y comentadas. En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los poemas dedicados al sepulcro de El Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón. En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos registros, que hasta entonces se habían mantenido separados. Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero que también suscitó polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros lírico, épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto contra las Soledades y Francisco de Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien quisiere ser culto en sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres cultos».


SONETOS

1

A Córdoba

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
De honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
De arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
Que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
Tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquellas rüinas y despojos
Que enriquece Genil y Dauro baña
Tu memoria no fue alimento mío,

Nunca merezcan mis ausentes ojos
Ver tu muro, tus torres y tu río,
Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!


2

De la brevedad engañosa de la vida

Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta,
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada Sol repetido es un cometa.

¿Confiésalo Cartago, y tú lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas:
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.


3

Inscripción para el sepulcro de Dominico Greco

Esta en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo más süave,
que dio espíritu a leño, vida a lino.

Su nombre, aún de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave:
venéralo y prosigue tu camino.

Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte; y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces -si no sombras, Morfeo-.

Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba, y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.


4

De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado

Descaminado, enfermo, peregrino,
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.

Repetido latir, si no vecino,
distinto, oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto,
piedad halló, si no halló camino.

Salió el Sol, y entre armiños escondida,
soñolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.

Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña
que morir de la suerte que yo muero.


5

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.



CANCIONES

1

Corcilla temerosa,
cuando sacudir siente
al soberbio Aquilón con fuerza fiera
la verde selva umbrosa,
o murmurar corriente
entre la yerba, corre tan ligera,
que al viento desafía
su voladora planta:
con ligereza tanta,
huyendo va de mí la ninfa mía,
encomendando al viento
sus rubias trenzas, mi cansado acento.

El viento delicado
hace de sus cabellos
mil crespos nudos por la blanca espalda,
y habiéndose abrigado
lascivamente en ellos,
a luchar baja un poco con la falda,
donde no sin decoro,
por brújula, aunque breve,
muestra la blanca nieve
entre los lazos del coturno de oro.
Y así, en tantos enojos,
si trabajan los pies, gozan los ojos.

[Con aquel dulce brío
que me da el soplo escaso
del viento al descubrir su planta bella,
sigo, esforzando el mío,
su fugitivo paso,
no más por alcanzalla que por vella;
ella mi intento viendo,
vuelve a mí la serena
süave luz, y enfrena
mi dulce alcance, el mismo efeto haciendo
sus luces soberanas
en mí que en Atalanta las manzanas.]

Yo, pues, ciego y turbado,
viéndola cómo mide
con más ligeros pies el verde llano
que del arco encorvado
la saeta despide
del parto fiero la robusta mano,
y viendo que en mí mengua
lo que a ella le sobra,
pues nuevas fuerzas cobra,
apelo de los pies para la lengua
y en alta voz le digo:
«No huyas, ninfa, pues que no te sigo.

»Enfrena, oh Clori, el vuelo,
pues ves que el rubio Apolo
pone ya fin a su carrera ardiente.
Ten de ti misma duelo;
deponga un rato solo
el honesto sudor tu blanca frente.
Bastante muestra has dado
de cruel y ligera,
pues en tan gran carrera
tu bellísimo pie nunca ha dejado
estampa en el arena,
ni en tu pecho cruel mi grave pena.

»Ejemplos mil al vivo
de ninfas te pondría
(si ya la antigüedad no nos engaña)
por cuyo trato esquivo
nuevos conoce hoy día
troncos el bosque y piedras la montaña;
mas sírvate de aviso
en tu curso el de aquella,
no tan cruda ni bella,
a quien ya sabes que el pastor de Anfriso,
con pie menos ligero,
la siguió ninfa y la alcanzó madero.»

Quédate aquí, canción, y pon silencio
al fugitivo canto,
que razón es parar quien corrió tanto.


2

Donde las altas ruedas
con silencio se mueven,
y a gemir no se atreven
las verdes sonorosas alamedas,
por no hacer ruïdo
al Betis, que entre juncias va dormido;

sobre un peñasco roto,
al tronco recostado
de un fresno levantado,
que escogió entre los árboles del soto
porque su sombra es flores,
su dulce fruto dulces ruiseñores,


Coridón se quejaba
de la ausencia importuna
al rayo de la Luna,
que al perezoso río le hurtaba,
mientras que él no lo siente,
espejos claros de cristal luciente.

«Injusto Amor -decía-,
pues permites que muera
en extraña ribera
(que por extraña tengo ya la mía),
válganme contra ausencia
esperanzas armadas de paciencia.»


3

Vuelas, oh tortolilla,
y al tierno esposo dejas
en soledad y quejas;
vuelves después gimiendo,
recíbete arrullando,
lasciva tú, si él blando.
Dichosa tú mil veces,
que con el pico haces
dulces guerras de Amor y dulces paces.

Testigo fue a tu amante
aquel vestido tronco
de algún arrullo ronco;
testigo también tuyo
fue aquel tronco vestido
de algún dulce gemido;
campo fue de batalla
y tálamo fue luego:
árbol que tanto fue perdone el fuego.

Mi piedad una a una
contó, aves dichosas,
vuestras quejas sabrosas;
mi envidia ciento a ciento
contó, dichosas aves,
vuestros besos süaves.
Quien besos contó y quejas
las flores cuente a Mayo,
y al cielo las estrellas rayo a rayo.

Injuria es de las gentes
que de una tortolilla
Amor tenga mancilla,
y que de un tierno amante
escuche, sordo, el ruego
y mire el daño, ciego.
Al fin es dios alado,
y plumas no son malas
para lisonjear a un dios con alas.


4

De la florida falda
que hoy de perlas bordó la alba luciente,
tejidos en guirnalda
traslado estos jazmines a tu frente,
que piden, con ser flores,
blanco a tus sienes y a tu boca olores.

Guarda de estos jazmines
de abejas era un escuadrón volante,
ronco, sí, de clarines,
mas de puntas armado de diamante;
púselas en huida,
y cada flor me cuesta una herida.

Más, Clori, que he tejido
jazmines al cabello desatado,
y más besos te pido
que abejas tuvo el escuadrón armado;
lisonjas son iguales
servir yo en flores, pagar tú en panales.


5

En el sepulcro de Garcilaso de la Vega

Piadoso hoy celo, culto
cincel hecho de artífice elegante,
de mármol espirante
un generoso anima y otro bulto,
aquí donde entre jaspes y entre oro
tálamo es mudo, túmulo canoro.

Aquí donde coloca
justo afecto en aguja no eminente,
sino en urna decente,
esplendor mucho, si ceniza poca,
bien que, milagros despreciando egipcios,
pira es suya este monte de edificios.

Si tu paso no enfrena
tan bella en mármol copia, oh caminante,
esa es la ya sonante
émula de las trompas, ruda avena,
a quien del Tajo deben hoy las flores
el dulce lamentar de dos pastores;

este el corvo instrumento
que al Albano cantó segundo Marte,
de sublime ya parte
pendiente, cuando no pulsarlo al viento,
solicitarlo oyó Silva confusa,
ya a docta sombra, ya a invisible musa.

Vestido, pues, el pecho
túnica Apolo de diamante gruesa,
parte la dura huesa
con la que en dulce lazo el blanco lecho.
Si otra inscripción deseas, vete cedo:
lámina es cualquier piedra de Toledo.



LETRILLAS LÍRICAS

1

¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!

Baste lo flechado, Amor,
más munición no se pierda;
afloja al arco la cuerda
y la causa a mi dolor;
que en mi pecho tu rigor
escriben las plumas juntas,
y en las espaldas las puntas
dicen que muerto me has.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!


Para el que a sombras de un roble
sus rústicos años gasta,
el segundo tiro basta,
cuando el primero no sobre;
basta para un zagal pobre
la punta de un alfiler;
para Bras no es menester
lo que para Fierabrás.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!

[Gran vergüenza tuya es
que pongas el mismo afán
en traspasar un gabán
que en enclavar un arnés.
Pues ya rendido a tus pies,
envuelto en mi sangre lloro,
no des al viento más oro
con las flechas que le das.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!]

Tan asaeteado estoy,
que me pueden defender
las que me tiraste ayer
de las que me tiras hoy;
si ya tu aljaba no soy,
bien a mal tus armas echas,
pues a ti te faltan flechas
y a mí donde quepan más.
¡Ya no más, ceguezuelo hermano,
ya no más!


2

No son todos ruiseñores
los que cantan entre las flores,
sino campanitas de plata,
que tocan a la alba,
sino trompeticas de oro,
que hacen la salva
a los soles que adoro.

No todas las voces ledas
son de Sirenas con plumas,
cuyas húmidas espumas
son las verdes alamedas;
si suspendido te quedas
a los süaves clamores,
no son todos ruiseñores, etc.

Lo artificioso que admira,
y lo dulce que consuela,
no es de aquel violín que vuela
ni de esotra inquieta lira;
otro instrumento es quien tira
de los sentidos mejores:
no son todos ruiseñores, etc.
[Las campanitas lucientes,
y los dorados clarines
en coronados jazmines,
los dos hermosos corrientes
no sólo recuerdan gentes
sino convocan amores.
No son todos ruiseñores, etc.]


3

La vaga esperanza mía
se ha quedado en vago, ¡ay triste!
Quien alas de cera viste
¡cuán mal de mi Sol las fía!

Atrevida se dio al viento
mi vaga esperanza, tanto,
que las ondas de mi llanto
infamó su atrevimiento,
bien que todo un elemento
de lágrimas urna es poca.
¿Qué diré a cera tan loca,
o a tan alada osadía?
La vaga esperanza mía, etc.

[Como vaga, fue ligera
a conducir mi esperanza
rayos, que apenas alcanza
la vista en la cuarta esfera.
Mal perdida. la carrera
torciendo, infelice suerte
abrasó para mi muerte
mi generosa porfía.
La vaga esperanza mía, etc.]


4

Ánsares de Menga
al arroyo van:
ellos visten nieve,
él corre cristal.

El arroyo espera
las hermosas aves,
que cisnes süaves
son de su ribera;
cuya Venus era
hija de Pascual.
Ellos visten nieve,
él corre cristal.

Pudiera la pluma
del menos bizarro
conducir el carro
de la que fue espuma.
En beldad, no en suma,
lucido caudal,
ellos visten nieve,
él corre cristal.

Trenzado el cabello
los sigue Minguilla,
y en la verde orilla
desnuda el pie bello,
granjeando en ello
marfil oriental
los que visten nieve,
quien corre cristal.

La agua apenas trata
cuando dirás que
se desata el pie,
y no se desata,
plata dando a plata
con que, liberal,
los viste de nieve,
le presta cristal.


5

[En persona del Marqués de Flores de Ávila, estando enfermo]

Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

La aurora ayer me dio cuna,
la noche ataúd me dio;
sin luz muriera si no
me la prestara la Luna:
pues de vosotras ninguna
deja de acabar así,
aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

Consuelo dulce el clavel
es a la breve edad mía,
pues quien me concedió un día,
dos apenas le dio a él:
efímeras del vergel,
yo cárdena, él carmesí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas más horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que él retiene en sí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

El alhelí, aunque grosero
en fragancia y en color,
más días ve que otra flor,
pues ve los de un Mayo entero:
morir maravilla quiero
y no vivir alhelí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

A ninguna flor mayores
términos concede el Sol
que al sublime girasol,
Matusalén de las flores:
ojos son aduladores
cuantas en él hojas vi.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.


LETRILLAS SATÍRICAS

1

Que pida a un galán Minguilla
cinco puntos de jervilla,
bien puede ser;
mas que calzando diez Menga,
quiera que justo le venga,
no puede ser.

2

Que se case un don Pelote
con una dama sin dote,
bien puede ser;
mas que no dé algunos días
por un pan las damerías,
no puede ser.

3

Que la viuda en el sermón
dé mil suspiros sin son,
bien puede ser:
mas que no los dé, a mi cuenta,
porque sepan dó se sienta,
no puede ser.

4

Que esté la bella casada
bien vestida y mal celada,
bien puede ser;
mas que el bueno del marido
no sepa quién dio el vestido,
no puede ser.

5

Que anochezca cano el viejo,
y que amanezca bermejo,
bien puede ser;
mas que a creer nos estreche
que es milagro y no escabeche,
no puede ser.

6

Que se precie un don Pelón
que se comió un perdigón,
bien puede ser;
mas que la biznaga honrada
no diga que fue ensalada,
no puede ser.

7

Que olvide a la hija el padre
de buscalle quien le cuadre,
bien puede ser;
mas que se pase el invierno
sin que ella le busque yerno,
no puede ser.

8

Que la del color quebrado
culpe al barro colorado,
bien puede ser;
mas que no entendamos todos
que aquestos barros son lodos,
no puede ser.

9

Que por parir mil loquillas
enciendan mil candelillas,
bien puede ser;
mas que, público o secreto,
no haga algún cirio efecto,
no puede ser.

10

Que sea el otro Letrado
por Salamanca aprobado,
bien puede ser;
mas que traiga buenos guantes
sin que acudan pleiteantes,
no puede ser.

11

Que sea Médico más grave
quien más aforismos sabe,
bien puede ser;
mas que no sea más experto
el que más hubiere muerto,
no puede ser.

12

Que acuda a tiempo un galán
con un dicho y un refrán,
bien puede ser;
mas que entendamos por eso
que en Floresta no está impreso,
no puede ser.

13

Que oiga Menga una canción
con piedad y atención,
bien puede ser;
mas que no sea más piadosa
a dos escudos en prosa,
no puede ser.

14

Que sea el Padre Presentado
predicador afamado,
bien puede ser;
mas que muchos puntos buenos
no sean estudios ajenos,
no puede ser.

15

Que una guitarrilla pueda
mucho, después de la queda,
bien puede ser;
mas que no sea necedad
despertar la vecindad,
no puede ser.

16

Que el mochilero o soldado
deje su tercio embarcado,
bien puede ser;
mas que le crean de la guerra
porque entró roto en su tierra,
no puede ser.

17

Que se emplee el que es discreto
en hacer un buen soneto,
bien puede ser;
mas que un menguado no sea
el que en hacer dos se emplea,
no puede ser.

18

Que quiera una dama esquiva
lengua muerta y bolsa viva,
bien puede ser;
mas que halle, sin dar puerta,
bolsa viva y lengua muerta,
no puede ser.

19

Que junte un rico avariento
los doblones ciento a ciento,
bien puede ser;
mas que el sucesor gentil
no los gaste mil a mil,
no puede ser.

20

Que se pasee Narciso
con un cuello en paraíso,
bien puede ser;
mas que no sea notorio
que anda el cuerpo en purgatorio,
no puede ser.


ROMANCES

1

Los rayos le cuenta al Sol
con un peine de marfil
la bella Jacinta, un día
que por mi dicha la vi
en la verde orilla
de Guadalquivir.

La mano obscurece al peine
mas ¿qué mucho si el abril
la obscurecen los lilios
que blancos suelen salir
en la verde orilla
de Guadalquivir?

Los pájaros la saludan,
porque piensan (y es así),
que el Sol que sale en Oriente
vuelve otra vez a salir
en la verde orilla
de Guadalquivir.

Por solo un cabello el Sol
de sus rayos diera mil,
solicitando envidioso
el que se quedaba allí
en la verde orilla
de Guadalquivir.


2

La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:

Dejadme llorar
orillas del mar.

Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,

Dejadme llorar
orillas del mar.

En llorar conviertan
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz,

Déjame llorar
orillas del mar.

No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es justo,
lo otro por demás.
Si me queréis bien,
no me hagáis mal;
harto peor fuera
morir y callar,

Dejadme llorar
orillas del mar.

Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
y no dará voces
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?

Dejadme llorar
orillas del mar.

Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad,

Dejadme llorar
orillas del mar.


3

Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga
ni yo iré a la escuela.

Pondráste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega;

y a mí me podrán
mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña;

y si hace bueno
traeré la montera
que me dio la Pascua
mi señora abuela,

y el estadal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
cuando fue a la feria.

Iremos a misa,
veremos la iglesia,
darános un cuarto
mi tía la ollera.

Compraremos de él
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda;

y en la tardecica,
en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro
y tú a las muñecas

con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
y las dos primillas,
Marica y la tuerta;

y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto dello
bailar en la puerta;

y al son del adufe
cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas;

y yo de papel
haré una librea
teñida con moras
porque bien parezca,

y una caperuza
con muchas almenas
pondré por penacho
las dos plumas negras

del rabo del gallo,
que acullá en la huerta
anaranjeamos
las Carnestolendas;

y en la caña larga
pondré una bandera
con dos borlas blancas
en sus tranzaderas;

y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos, por riendas;

y entraré en la calle
haciendo corvetas,
yo y otros del barrio,
que son más de treinta.

Jugaremos cañas
junto a la plazuela,
porque Barbolilla
salga acá y nos vea;

Barbola, la hija
de la panadera,
la que suele darme
tortas con manteca,

porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
detrás de la puerta.



4

En el caudaloso río
donde el muro de mi patria
se mira la gran corona
y el antiguo pie se lava,
desde su barca Alción
suspiros y redes lanza,
los suspiros por el cielo
y las redes por el agua,

y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.

En un mismo tiempo salen
de las manos y del alma
los suspiros y las redes
hacia el fuego y hacia el agua.
Ambos se van a su centro,
do su natural les llama,
desde el corazón los unos,
las otras desde la barca,

y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.

El pescador, entre tanto,
viendo tan cerca la causa,
y que tan lejos está
de su libertad pasada,
hacia la orilla se llega,
adonde con igual pausa
hieren el agua los remos
y los ojos de ella el alma,

y sin tener mancilla
mirábale su Amor desde la orilla.

Y aunque el deseo de verla,
para apresurarle, arma
de otros remos la barquilla,
y el corazón de otras alas,
porque la ninfa no huya,
no llega más que a distancia
de donde tan solamente
escuche aquesto que canta:

«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»

Volad al viento, suspiros,
y mirad quién os levanta
de un pecho que es tan humilde
a partes que son tan altas.
Y vosotras, redes mías,
calaos en las ondas claras,
adonde os visitaré
con mis lágrimas cansadas,

«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»

Dejadme vengar de aquélla
que tomó de mi venganza
de más leales servicios
que arenas tiene esta playa;
dejadme, nudosas redes,
pues que veis que es cosa clara
que más que vosotras nudos
tengo para llorar causas.

«Dejadme triste a solas
dar viento al viento y olas a las olas.»


5

Érase una vieja
de gloriosa fama,
amiga de niñas,
de niñas que labran.

Para su contento
alquiló una casa
donde sus vecinas
hagan sus coladas.

Con la sed de amor
corren a la balsa
cien mil sabandijas
de natura varia,

a que con sus manos,
pues tiene tal gracia
como el unicornio,
bendiga las aguas.

También acudía
la viuda honrada,
del muerto marido
sintiendo la falta,

con tan grande extremo,
que allí se juntaba
a llorar por él
lágrimas cansadas.

SOLEDAD PRIMERA 
(Parte I)

Era del año la estación florida 
En que el mentido robador de Europa 
—Media luna las armas de su frente, 
Y el Sol todo los rayos de su pelo—, 
Luciente honor del cielo, 
En campos de zafiro pace estrellas, 
Cuando el que ministrar podía la copa 
A Júpiter mejor que el garzón de Ida, 
—Náufrago y desdeñado, sobre ausente—, 
Lagrimosas de amor dulces querellas 
Da al mar; que condolido, 
Fue a las ondas, fue al viento 
El mísero gemido, 
Segundo de Arïón dulce instrumento.
Del siempre en la montaña opuesto pino 
Al enemigo Noto 
Piadoso miembro roto 
—Breve tabla— delfín no fue pequeño 
Al inconsiderado peregrino 
Que a una Libia de ondas su camino 
Fió, y su vida a un leño. 
Del Océano, pues, antes sorbido, 
Y luego vomitado 
No lejos de un escollo coronado 
De secos juncos, de calientes plumas 
—Alga todo y espumas— 
Halló hospitalidad donde halló nido 
De Júpiter el ave.
Besa la arena, y de la rota nave 
Aquella parte poca 
Que le expuso en la playa dio a la roca; 
Que aun se dejan las peñas 
Lisonjear de agradecidas señas.
Desnudo el joven, cuanto ya el vestido 
Océano ha bebido 
Restituir le hace a las arenas; 
Y al Sol le extiende luego, 
Que, lamiéndole apenas 
Su dulce lengua de templado fuego, 
Lento lo embiste, y con suave estilo 
La menor onda chupa al menor hilo.
No bien, pues, de su luz los horizontes 
—Que hacían desigual, confusamente, 
Montes de agua y piélagos de montes— 
Desdorados los siente, 
Cuando —entregado el mísero extranjero 
En lo que ya del mar redimió fiero— 
Entre espinas crepúsculos pisando, 
Riscos que aun igualara mal, volando, 
Veloz, intrépida ala, 
—Menos cansado que confuso— escala.
Vencida al fin la cumbre 
—Del mar siempre sonante, 
De la muda campaña 
Árbitro igual e inexpugnable muro—, 
Con pie ya más seguro 
Declina al vacilante 
Breve esplendor de mal distinta lumbre: 
Farol de una cabaña 
Que sobre el ferro está, en aquel incierto 
Golfo de sombras anunciando el puerto.
«Rayos —les dice— ya que no de Leda 
Trémulos hijos, sed de mi fortuna 
Término luminoso.» Y —recelando 
De invidïosa bárbara arboleda 
Interposición, cuando 
De vientos no conjuración alguna— 
Cual, haciendo el villano 
La fragosa montaña fácil llano, 
Atento sigue aquella 
—Aun a pesar de las tinieblas bella, 
Aun a pesar de las estrellas clara— 
Piedra, indigna tïara 
—Si tradición apócrifa no miente— 
De animal tenebroso cuya frente 
Carro es brillante de nocturno día: 
Tal, diligente, el paso 
El joven apresura, 
Midiendo la espesura 
Con igual pie que el raso, 
Fijo —a despecho de la niebla fría— 
En el carbunclo, Norte de su aguja, 
O el Austro brame o la arboleda cruja.
El can ya, vigilante, 
Convoca, despidiendo al caminante; 
Y la que desviada 
Luz poca pareció, tanta es vecina, 
Que yace en ella la robusta encina, 
Mariposa en cenizas desatada.
Llegó, pues, el mancebo, y saludado, 
Sin ambición, sin pompa de palabras, 
De los conducidores fue de cabras, 
Que a Vulcano tenían coronado.
«¡Oh bienaventurado 
Albergue a cualquier hora, 
Templo de Pales, alquería de Flora! 
No moderno artificio 
Borró designios, bosquejó modelos, 
Al cóncavo ajustando de los cielos 
El sublime edificio; 
Retamas sobre robre 
Tu fábrica son pobre, 
Do guarda, en vez de acero, 
La inocencia al cabrero 
Más que el silbo al ganado. 
¡Oh bienaventurado 
Albergue a cualquier hora!
»No en ti la ambición mora 
Hidrópica de viento, 
Ni la que su alimento 
El áspid es gitano; 
No la que, en bulto comenzando humano, 
Acaba en mortal fiera, 
Esfinge bachillera, 
Que hace hoy a Narciso 
Ecos solicitar, desdeñar fuentes; 
Ni la que en salvas gasta impertinentes 
La pólvora del tiempo más preciso: 
Ceremonia profana 
Que la sinceridad burla villana 
Sobre el corvo cayado. 
¡Oh bienaventurado 
Albergue a cualquier hora!
»Tus umbrales ignora 
La adulación, Sirena 
De reales palacios, cuya arena 
Besó ya tanto leño: 
Trofeos dulces de un canoro sueño, 
No a la soberbia está aquí la mentira 
Dorándole los pies, en cuanto gira 
La esfera de sus plumas, 
Ni de los rayos baja a las espumas 
Favor de cera alado. 
¡Oh bienaventurado 
Albergue a cualquier hora!»
No, pues, de aquella sierra —engendradora 
Más de fierezas que de cortesía— 
La gente parecía 
Que hospedó al forastero 
Con pecho igual de aquel candor primero, 
Que, en las selvas contento, 
Tienda el fresno le dio, el robre alimento.
Limpio sayal en vez de blanco lino 
Cubrió el cuadrado pino; 
Y en boj, aunque rebelde, a quien el torno 
Forma elegante dio sin culto adorno, 
Leche que exprimir vio la Alba aquel día 
—Mientras perdían con ella 
Los blancos lilios de su frente bella—, 
Gruesa le dan y fría, 
Impenetrable casi a la cuchara, 
Del viejo Alcimedón invención rara.
El que de cabras fue dos veces ciento 
Esposo casi un lustro —cuyo diente 
No perdonó a racimo aun en la frente 
De Baco, cuanto más en su sarmiento, 
Triunfador siempre de celosas lides, 
Le coronó el Amor; mas rival tierno, 
Breve de barba y duro no de cuerno, 
Redimió con su muerte tantas vides—; 
Servido ya en cecina, 
Purpúreos hilos es de grana fina.
Sobre corchos después, más regalado 
Sueño le solicitan pieles blandas 
Que al Príncipe entre Holandas 
Púrpura Tiria o Milanés brocado. 
No de humosos vinos agravado 
Es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre 
De ponderosa vana pesadumbre 
Es, cuanto más despierto, más burlado. 
De trompa militar no, o destemplado 
Son de cajas, fue el sueño interrumpido; 
De can sí, embravecido 
Contra la seca hoja 
Que el viento repeló a alguna coscoja.
Durmió, y recuerda al fin cuando las aves 
—Esquilas dulces de sonora pluma 
Señas dieron suaves 
Del Alba al Sol, que el pabellón de espuma 
Dejó, y en su carroza 
Rayó el verde obelisco de la choza.
Agradecido, pues, el peregrino, 
Deja el albergue y sale acompañado 
De quien lo lleva donde, levantado, 
Distante pocos pasos del camino, 
Imperïoso mira la campaña 
Un escollo, apacible galería, 
Que festivo teatro fue algún día 
De cuantos pisan, Faunos, la montaña. 
Llegó, y a vista tanta 
Obedeciendo la dudosa planta, 
Inmóvil se quedó sobre un lentisco, 
Verde balcón del agradable risco.
Si mucho poco mapa le despliega, 
Mucho es más lo que, nieblas desatando, 
Confunde el Sol y la distancia niega.