POESÍA, ÉTICA, ESTÉTICA E IDEOLOGÍA EN HORACIO C. I, 38[1]
POETRY, ETHIC,
AESTHETIC AND IDEOLOGY IN HORACE Ode I, 38
Jaime
Siles
Universidad de Valencia
Resumen: A partir de la posición de cierre que en
Libro I de los carmina ocupa el
Carmen I, 38, se estudia el modo en que Horacio, manteniéndose fiel a los
principios que rigen su poética, los adapta a la situación ideológica
inmediatamente posterior a la victoria de Augusto en Accio, matizando así las
ambigüedades y sospechas a las que podría dar lugar el tratamiento que en I, 37
da a la figura de Cleopatra. El C. I, 38, en su brevedad,
sintetiza el pensamiento estético y ético horacianos muy acordes con las
exigencias políticas y los gustos sociales del momento histórico preciso en que
fue compuesto.
Palabras clave: Poesía latina clásica, Horacio, C. I, 38
Abstract: From the closing position that in Book I of
the Odes is occupied by the O. I, 38, we study the way in which
Horace, remaining faithful to the principles that govern his poetics, adapts
them to the ideological situation immediately after Augustus' victory at Accio,
thus nuancing the ambiguities and suspicions that could arise from his
treatment of the figure of Cleopatra in I, 37. In its brevity, the Ode I, 38, synthesizes the Horacian
aesthetic and ethical thought very much in line with the political demands and
social tastes of the precise historical moment in which it was composed.
Keywords: Classical Latin Poetry, Horace, Ode I, 38
El breve carmen con que Horacio cierra el libro I
no parece haber despertado demasiado interés entre los estudiosos; Vicktor
Pöschl (1991: 73) le dedica sólo unas líneas) y, sin embargo, tanto por la
posición que ocupa en la Anordnung,
donde parece expresar en lo íntimo lo celebrado en el carmen 37 en lo público, como por su insistencia en el modelo de
sencillez, encarnado en su ideal de aurea
mediocritas, anunciado ya en I, 20 y en I, 31, y explícitamente
desarrollado luego en II, 10 y II, 18, merece, cuando menos, un análisis con su
correspondiente comentario, que explique tanto su lugar en el orden del libro
como la función que ocupa y el sentido que tiene dentro de él. Como ya advirtió
Eduard Fränkel (1963: 353), «Man hat nach einer befriedigendenren Erklärung zu
suchen» para este «sehr anmutiges kleines Stück» (ibídem:
351), constituido por «eine Folge asyndettisch verbundener, kurzer, knapp formulierter
Sätze». De modo similar lo habían descrito Frederic Plessis, Paul Lejay y
Édouard Galletier (1911: 102-103) para quienes se trata de una «petite pièce,
parfaitement appropriée à son but puisque’elle est simple et brève, et
d’ailleurs très poétique», sin que sepamos aún muy bien cuál es exactamente ese
but que sigue aún oculto bajo su clara y ceñida
forma, ya que no es un problema lingüístico ni formal el que su textualidad
plantea sino de su sentido y su función como cierre y clausura del libro. Por
ello, tal vez no sea ocioso buscar en su situación dentro del libro I algunas
de sus posibles claves hermenéuticas.
El hecho de que
aparezca allí inmediatamente detrás del famoso Nunc est bibendum con que se abre el carmen 37, que celebra la victoria de César Octaviano sobre Marco
Antonio y Cleopatra en las aguas de Accio el 2 de septiembre del año
La misma posición que en el primer verso ocupaba el adjetivo Persicos viene a ocuparlo, en el segundo, el verbo displicent, cuyo sujeto coronae concuerda con nexae, completado aquí por el ablativo
instrumental philyra. Lo que viene a
insistir en el disgusto que a su autor le producía el carácter sofisticado y
lujoso que antes, en el verso primero, le había hecho expresar su rechazo (odi) de toda luxuria oriental (Persicos
…apparatus). Coherente con los dos versos anteriores, los versos 3 y 4 del carmen 38 (mitte sectari, rosa quo locorum / sera moretur) centran ahora su
atención, como antes Persicos apparatus
odi y displicent nexae philyra
coronae lo hacían, pero con una diferencia, que supone una variación
estilística también: el vocativo puer,
colocado en el centro del verso 1, es recogido en el verso 3 como sujeto del
imperativo mitte, colocado, como Persicos y displicent, también en inicio de verso y del que depende el
infinitivo sectari, del que depende a
su vez la oración interrogativa indirecta rosa
quo locorum / sera moretur, con que finaliza la estrofa primera, cerrando
así lo que puede considerarse la primera parte del carmen: esto es, una especie de alegato —construido como si fueran
pruebas jurídicas o forenses— de la posición de Horacio en materia de gustos y
preferencias personales. Y, para que no quede la menor duda de cuáles no son
éstas, el poeta explicita muy bien su rechazo del lujo y del boato asiático (Persicos odi, puer, apparatus) y el
desagrado que le produce la decoración hecha con guirnaldas demasiado complejas
y sofisticadas (displicent nexae philyra
coronae). Pero, por si ello no fuera suficiente, añade a los anteriores un
rechazo más, al ordenar a su esclavo en los versos 3-4 que no rebusque en qué
lugar la rosa tardía vive (mitte sectari,
rosa quo locorum / sera moretur), que, como prueba aducida que es, debe
estar por lo menos al mismo nivel que las de los dos versos anteriores o
incluso por encima de ellas, al ser, en la gradatio
en que aparece, de peso aún mayor. Y esa es precisamente la información que rosa quo locorum / sera moretur aporta,
porque no se trata de una rosa cualquiera sino de una muy concreta y conocida,
la rosa sera, que no en cualquier
sitio ni en todas las estaciones del año se cultivaba: la rosa sera citada y aludida en el poema I, 38 no crecía en Roma sino
que, como flor fuera de temporada, era traída desde Alejandría: a estas rosae hibernae, que los romanos
importaban de Alejandría en invierno hasta que ellos mismos en el siglo I. d.C.
aprendieron a cultivarlas, se alude también en un poema de Cavafis (2017: 97-98
y 704, nota 15). De ahí su extraña condición y su rareza, ya que en suelo
itálico las rosas eran flores de primavera y de ninguna otra estación. Lo que
si, por un lado, era un signo externo de riqueza, por otro, se convertía,
precisamente por ello y por no ajustarse a la producción propia del ciclo
natural, objeto de censura moral, como testimonia Séneca, cuando en Epist. 122, 8 se pregunta: non vivunt contra naturam qui hieme concupiscunt rosam? La rosa sera del carmen I, 38 de Horacio es de este tipo y el quo locorum no es otro que Alejandría, alusión ésta que explica su presencia
en un texto como este, que es, todo él, una refinada y sutil afirmación de
muchas cosas: entre ellas —y no la menos significativa e importante— de la
sencillez como principio rector de su gusto estético y su profesión de
romanidad, aquí identificada y hecha una con él.
Si la primera
parte del poema, constituida por la primera estrofa, expresa el rechazo, por
parte de Horacio, de una serie de cosas identificadas con —y asociadas a— los
tópicos negativos existentes sobre el lujo y la decoración de gusto oriental,
la segunda parte, constituida por la segunda estrofa, es un elogio de la
simpleza y sencillez que son rasgos distintivos de la poética horaciana y que
su autor vincula con la austeridad y la elegante sobriedad que figuran en el
catálogo de virtudes romanas en las que la propaganda y la política augusteas
tanto iban a insistir después. Así —pensamos— hay que entender los versos 5-6 (simplici myrto nihil allabores / sedulus curo) que es la explicación que el poeta da a su esclavo
para que éste entienda lo que su amo prefiere, pretende y busca: esto es, la
sencillez despojada de todo tipo de adorno innecesario. Lo que su autor recalca
incluso con el lenguaje empleado para ello, pues —como indica Fränkel (1963:
351, nota 4)— nihil aquí podría
entenderse como «die nachdrückliche Form der Negation» y el verbo allabores como intransitivo, dado que el
uso de nihil (=prorsus non) curo con un acusativo, pese a ser propio de la lengua
coloquial (cf. Plauto, Most. 526: nil me curassis y Capt. 989: nihil curavi
ceterum ) se extendió también a la poesía dactílica, en la que encontramos
los ejemplos de Catulo, 64, 148 (dicta
nihil metuere, nihil periuria curant) y de
Virgilio, Ecl. 2, 6 (O crudelis Alexi, nihil mea carmina curas) y 8, 103 (nihil ille deos, nil carmina curat) y el mismo Horacio en Epod. VIII, 20 utiliza el verbo allaborare con valor intransitivo[3].
También el uso de la construcción mitte
sectari —que emplea también en Epod. XIII,
7: cetera mitte loqui y vuelve a
utilizar en Carm. II, 20, 24—
pertenece a la lengua coloquial: cf. Plauto, Pers. 207: mitte male loqui;
Terencio, Andr. 873: mitte male loqui
y 904: Mitte orare; y Lucrecio, VI,
1056: Illud in his rebus mirari mitte.
La expresión empleada resulta, pues, proporcional a la norma moral y estética
aquí aconsejadas y es, lingüísticamente, tan sobria, sencilla y clara como
ellas. Y, para que no haya dudas al respecto, Horacio expone al esclavo la
razón ética y estética de ello: que ni al sirviente que cumple como corresponde
sus funciones, ni a él, su dueño, que bebe bajo una espesa parra, los rebaja y
hace de menos en sus situaciones sociales respectivas el que la decoración se
haya hecho con sencillo mirto (neque te
ministrum / dedecet myrtus neque me sub arta / vite bibentem) y no con
guirnaldas trenzadas con cáscara de tilo (nexae
philyra coronae ).
Vicente Cristóbal
(Horacio Flaco 1990: 168-169) con razón se pregunta si estas palabras —«dirigidas
al esclavo servidor de un banquete, recomendándole sencillez en su ornato»— no habrá
que entenderlas como «una alegoría referida al hecho literario»: es decir, a su
propia obra poética. Y Paolo Fedeli (2008: 630-631) no abriga dudas de que es
así: para él «L’ode svolge la funzione di un commiato e, secondo la tradizione
dei proemi e degli epiloghi, espone un programa poetico, che, a causa di
quell’identità di stile e di vita, di saggezza e i di poesia che abbiamo più
volte indicato como típicamente oraziana, è anche un programa di vita, e che
può essere definito, in breve, como scelta della simplicità e dell’essenzialità».
Fedeli no admite la interpretación puramente literal de Nisbet y Hubbard (1970)
ni la lectura como palinodia del «sfarzo orientale» del carmen 37 que hace Commager (1962: 117 y ss.; 313 y ss.) ni tampoco el elogio de la sencillez, tras
la exaltación de la victoria en la oda precedente, que propone István Borzsák (1975:
76 -87). Sin embargo —y a juzgar por la «posición
clausular» que el poeta ha dado a este carmen
en el libro I y los paralelos que tiene en II, 20 y IV, 15, otras dos
«odas-broches», como con acierto Vicente Cristóbal (Horacio Flaco 1990: 168)
las define— el carmen 38 articula dos temas: uno, explícito —el rechazo del lujo,
identificado con la sofisticada decoración oriental a la que alude y que aquí
no puede ser otra que la egipcia de la corte de Cleopatra— y, otro, aquí tácito
y velado, pero expreso en el carmen inmediatamente
anterior, el 37, en el que celebra la victoria de Accio, pero de un modo tan considerado
y respetuoso hacia la persona de Cleopatra, que exige al poeta, sino una
retractación, sí una inmediata y precisa puntualización para evitar ser
malinterpretado. Esa inmediata y precisa puntualización no es otra que el
elogio de la sencillez, opuesta al lujo y sofisticación oriental, con que el carmen 38 «corrige» —por así decirlo— la
etopeya de Cleopatra hecha en los versos finales del carmen I, 37, al aconsejar un modo de vida y unos hábitos acordes
con el mos maiorum y las veteres artes, que él mismo —con mucho mayor convencimiento— en IV, 15, 9-12
cantará después ( et vacuum duellis /
Ianum Quirini clausit et ordinem / rectum evaganti frena licentiae / iniecit / emovitque
culpas / et veteres revocabit artis) .
A diferencia,
pues, de lo sostenido de manera excesivamente tajante por Paolo Fedeli, el carmen 38 aúna en sí mismo tanto lo que
explicita como lo que oculta. Lo primero queda patente en el programa de vida,
extensible también a su propia escritura, que la recomendada sencillez comporta
y que se aviene perfectamente bien tanto con su estilo poético como con las exigencias
morales y los gustos estéticos que a
ideología y el programa de la política augústea impondrán; lo segundo, menos
evidente, viene sugerido por su posición en el orden del libro I, al que no
sólo cierra sino en el que está colocado inmediatamente después del 37, al que
parece completar con una serie de puntualizaciones oportunas que dejen clara
tanto su posición estética como, por analogía, su posición política también. El
carmen I, 38, escrito o no al mismo
tiempo que el 37, que le precede, ya que no disponemos de datos cronológicos
relativos a su composición, pudo ser —como el propio Fedeli (2008: 630) supone— «una fra le ultime della raccolta
dei primi tres libri, poiché proemi ed epiloghi di solito vengono compositi
alla fine». De ser así, la función del carmen
37 sería bastante clara y Horacio lo habría escrito y colocado como broche y
clausura del libro I con una única intención: la de no levantar peligrosas
sospechas ni suspicacias derivadas de la lectura del carmen 37, que podría interpretarse como un encomio de Cleopatra.
La brevedad y tono
del carmen 38, su motivo, muy próximo
a lo epigramático, el lenguaje coloquial empleado, cercano al de la comedia, la
sencillez expresiva utilizada y los consejos y amonestaciones de índole moral y
estética que lo recorren invitan a pensar que Horacio se ha esmerado por
conferir a lo concentrado de su texto una articulación precisa y compacta,
sólida y bien configurada, sin puntos de fuga ni ambigüedades, en la que su
pensamiento personal sea lo más explícito posible y de cuyas intenciones
poéticas, éticas, estéticas y políticas nadie pueda dudar. El carmen 38 encarna todo eso al mismo
tiempo y a la vez, pero lo hace con una tan enorme y estudiada sutileza que en
él no puede distinguirse lo ético de lo estético ni separarse lo poético de lo
político porque forman una profunda, solidaria y total unidad. De ahí que
parezca un texto ideológicamente neutro, cuando no lo es, y que el programa de
vida que propone se confunda con el programa poético de su autor, y uno y otro,
con el modo de conducta propiciada por la ideología y la propaganda del
Principado. El uso del verbo dedecet
en el verso 7 introduce en el carmen
un valor tan estético como moral. Javier Roca (Horacio Flaco 1975: 58) lo traduce
por «no es indigno», que conserva bastante bien su connotación etimológica; Enrique
Badosa (Horacio Flaco 1992: 91 y 1998: 293) opta por «desdora», que no es
ninguna mala versión; de modo similar lo entiende Manuel Fernández-Galiano
(Horacio Flaco 1990: 171), al verterlo, en su traducción libre, como «no
indigno», haciendo concertar este adjetivo modificado por el adverbio de
negación «no», con el sustantivo «mirto» y recogiendo así en el adverbio «no»
el valor negativo del de —del verbo dedecet;
José Luis Moralejo (Horacio Flaco 2007: 332) también intenta mantener en su
versión el valor del de- latino y lo
traslada como «desdice»; lo mismo hace Luque (2012: 75), que lo compara con nec…dedecuit de Carm. II, 12, 17. Dado que el verbo dedecet está formado sobre decet,
que es un término de la misma raíz que el adjetivo dignus-a-um, y que los
sustantivos decus y decorum pertenecen ambos al dominio y al
vocabulario de la estética romana (Lombardo 2008: 171-176) dentro de la cual
parecen querer reproducir la noción griega de tò prépon estudiada por Max Pohlenz
(1997), tal vez se debiera traducir mediante una
expresión que mantuviera lo que en latín el verbo decet indica de carácter social y estéticamente conveniente y, en
tal caso y teniendo en cuenta el de —que
aquí lo restringe o anula—, la traducción de dedecet podría ser algo así como «rebaje», «quite elegancia», «haga
de menos» o cualquiera otra formulación lingüística capaz de mantener
fusionados el valor estético y el valor moral como en el término latino lo
están. Este valor estético del verbo dedecet
viene a subrayar la conveniencia y elegancia de lo que el poeta aconseja como modelo
de vida y práctica poética: una perspicuitas
y una brevitas, una sencillez y
una transparencia, acordes con lo que él mismo explica en Serm. I, 10, 9 (est breuitate opus) y en su Ars Poetica, 335-337 (Quidquid praecipies,esto brevis, ut cito
dicta / percipiant animi dociles teneantque fideles / omne superuacuom pleno de
pectore manat), algo que no procede de Filodemo ni de Heráclides Póntico —como
algunos estudiosos pensaban— sino de la doctrina estoica, como advierte Juan
Gil (Horacio Flaco 2010: 151, nota
204).
Horacio toma,
pues, de la doctrina estoica y, en general, de las teorías lingüísticas y
estéticas del periodo helenístico (Fuhrmann
2003: 145-161) el sentido del decus
y del decorum con las que intenta
no sólo dirigir su vida sino también ajustar a ellas su arte. Recuérdese que tò prépon «es lo bello que reluce sin
filtros intelectuales y que quiere ser disfrutado en la inmediatez de la
percepción sensible como esplendor propio del objeto individual percibido» (Lombardo
2008: 172). Cicerón, De officiis I, 95 explica
cómo por sí mismo se impone a la vista de todos: ut non recondita quadam ratione cernatur sed sit in promptu. De ahí
que las virtutes elocutionis
regularan la funcionalidad intrínseca del discurso, al garantizar no sólo su
pureza idiomática (puritas) su
transparencia comunicativa (perspicuitas),
su belleza formal (ornatus) y su
concisión expresiva (brevitas) sino
también la funcionalidad extrínseca del mismo «mediante el principio de la
adecuación (prépon, decorum), de su
conformidad con los ámbitos de realidad y experiencia en que debía mediar y su
sintonía con las circunstancias en el marco de las cuales era pronunciado» (Lombardo
2008: 185).Y este principio —conviene no olvidarlo— servía también de
fundamento a la doctrina de los estilos (Walter 1967: 813 ss.), siendo el
sencillo el más adecuado para convencer al auditorio mediante la demostración.
Horacio conocía muy bien todo esto por haberlo estudiado en la etapa de su formación
como orador y no parece extraño que decida aplicarlo a su escritura, pues lo prépon, cuya función era hacer que la
belleza formal de los significantes se ajustase a la belleza moral de los
significados, traducida al latín como decorum,
se convirtió —según (Lombardo 2008:176)— «en el principal fundamento teórico de
la literatura romana desde finales de la República a los inicios del Principado».
Horacio, que intentó conciliar «el sentido griego de la perfección formal con
el sentido romano del rigor moral» (Lombardo 2008: 203) extendió esta doctrina
a su propia escritura e incluso a su propia vida en su idea del poeta utilis urbi. La brevedad del carmen 38 contribuye también a ello y, aunque no ajena al principio
de la leptotés, defendido por
Calímaco, sigue menos la estética epicúrea de Filodemo que la estoica, para la
cual, como recordará Séneca en sus Ad
Lucilium epistulae morales 53,11, «es propio de un gran artífice encerrar en
un espacio reducido toda la obra». La brevitas
—que es uno de los rasgos distintivos del carmen
38— es un concepto ambiguo que incluye tanto la raffinatezza expresiva como la reducida extensión del poema y —como
observa Castorina (1968: 43)— lo que en Roma se consideró alejandrinismo no fue tanto el carácter breve de las composiciones
como la raffinatezza d’espressione.
Horacio es en el carmen 38 tan breve
como sutil: defiende un modo de vida, acorde con los nuevos tiempos, y lo hace
del modo menos alejandrino y más romano posible, apostando por la máxima y más
sobria y austera sencillez. En ello, como en sus ataques a la exagerada
posesión de riquezas y en sus no menos frecuentes exhortaciones a la
moderación, puede verse —como indica nuestro homenajeado, el profesor José Luis
Vidal en su estudio «La poesía augústea de Horacio» (1994: 160), tanto «un apoyo a la política de Augusto contra el
lujo» (…) «como la simple expresión de la opción personal de Horacio por la mediocritas». Pero, aun siendo así y
considerando la ambigüedad que caracteriza su relación con el poder (La Penna
1963; Doblhofer 1981) el carmen 38, precisamente por el destacado
lugar que ocupa en el libro I —nada menos que como cierre, broche y clausura de
todo él— podría interpretarse, si no como una palinodia, que desde luego no lo
es, sí como un intento de congraciarse con el nuevo régimen y, en este sentido,
como un guiño que el poeta hace para suavizar y reducir de algún modo el exceso
de admiración hacia Cleopatra proferido y prodigado —aunque con atenuaciones
como las que los versos 6-21 comportan— por los versos finales (mitad del 21 a
32) del carmen 37, inmediatamente
anterior a él, en los que algunos estudiosos —como Doblhofer (1981: 1945) y
Pöschl (1991: 72;116) han querido ver tanta ironía como reserva hacia la
propaganda y la política de Augusto en un momento inicial de las mismas y
cuando todavía no se ha producido en nuestro poeta lo que el primero de estos
dos estudiosos llama «Die Konversion zu Oktavian» (Doblhofer 1981: 1942): de
ahí que en los dos últimos carmina
del libro I —el 37 y el 38— todavía se pronuncie y se mueva entre anfibolías y
ambigüedades de todo tipo y no sólo lingüísticas ni sintácticas, aunque
también. La ambigüedad —como han puesto de manifiesto los estudios de Dörrie
(1970), Quinn (1960), Neuhauser (1972), Schmidt
(1985) y Putnam (1990)— es uno de los rasgos generales de la literatura de los
últimos años de la República romana y de los primeros del Imperio, favorecida,
sin duda, por las posibilidades de la lengua, pero propiciada, sobre todo, por
la crítica situación que sus principales protagonistas tuvieron que vivir. No
es, pues, de extrañar la técnica persuasiva y de caracterización indirecta que
el carmen 38 utiliza y en la que hay
que ver una matización e, incluso, una implícita corrección o superación de lo
expresado en el carmen inmediatamente
anterior. Para ello Horacio se sirve tanto de la puritas como de la
perspicuitas y la brevitas, que
combina con enorme equilibrio y que aplica con no menor sagacidad a lo que el
carmen I, 38 es: una oratio, un
discurso no público sino privado, dicho siguiendo el principio del tò prépon estoico, entendido como
adecuación (decus) al ámbito de la
ocasión y realidad concretas en que debía mediar y en sintonía con las
circunstancias, el marco y el momento en las que era dicho. Su lengua —que es
la coloquial— se ajusta bien a la pretendida sencillez y sobria austeridad que
su autor aquí aconseja: cumple, pues, con las exigencias de la puritas; los tópicos morales, resaltados
por su misma condición de proverbios,
son de todos conocidos y no necesitan mayor explicación porque cumplen los
requisitos de la perspicuitas y, dado
que la composición consta únicamente de 8 versos, cumple también los de la brevitas, sin caer en ningún tipo de
alejandrinismo estético, que es lo que el poema en todo momento y por todos los
medios y maneras posibles trata a todo trance de evitar. Horacio, pues, logra
así en él todos los objetivos que se
proponía al incluirlo como cierre del libro: por un lado, deja claro, y ya
desde el primer verso, su rechazo de todo tipo de alejandrinismo; completa y
recalca esto en los tres versos siguientes, al focalizar en ellos su aversión —que
en el primer verso era general y generalizada (Persicos, odi, puer, apparatus)— sobre dos motivos característicos
de la decoración más sofisticada como son las nexae philyra coronae y la rosa
sera, convertidos aquí en símbolos concretos del lujo oriental. A ellos
opone, en los cuatro versos siguientes, la sencillez del mirto que, no por
ser humilde, dedecet —también en inicio de verso como antes displicent y Persico—, es
decir, «resta categoría social y/o elegancia» al sirviente y a su señor. La
situación en la que se producen la acción y el discurso del carmen es similar a la objetivada en
III,14,17-18 (i pete unguentum, puer, et
coronas / et cadum Marsi memorem belli) pero no la misma ni igual. En III,
14 «Die Konversion zu Oktavian», a la
que se había referido Doblhofer (1981: 1942) ya se había realizado por completo;
en el libro I, en cambio, estaba iniciándose todavía. Esta circunstancia marca
y determina la profunda diferencia entre ambos carmina y también entre ambos libros. En I, 38, Horacio, sin
renunciar a sus principios estéticos los adapta a la crítica y al rechazo de
todo lo oriental, que la propaganda octaviana había concentrado en la figura de
Cleopatra (Volkmann 1958; Tarn-Charlesworth 1965; Wike 1992) y Cid López 2000)[4].
Horacio fue en el
final de la República y en los primeros años del Principado —como muchos de sus
contemporáneos— a political weather-vane —como lo llama Commager (1962:
163)— y, como ellos, tuvo que acomodarse a los nuevos tiempos, ajustando a
ellos el principio estético y moral del decus,
de cuya aplicación práctica da tanta prueba clara aquí. En este ajuste suyo a
los nuevos tiempos intentó hacer compatible su filosofía, su estética, su
retórica y su poética con la ideología del Principado (Müller 1985; Schmidt
1985) procurando que no se notaran mucho sus dos voces (Santirocco 1986). Y Lo
que hace en el carmen I,38 es
precisamente eso: una operación de maquillaje y casi de disfraz, practicada
sobre I,37, que es como hay que entender el hecho de que él, y no el 37, sea el
que cierre el libro I. El carmen I,38 puede también leerse como una declaración
programática, en la que su autor expone los rasgos de su poética, y, arropado
en el sentido social y estético del decus,
circunscrito y aplicado en él al ornatus,
rechaza el alejandrinismo dominante en la lírica latina desde los poetae novi, del mismo modo que, en I,
7, 1-10, critica a los poetas épicos y su constante obsesión por el carmen perpetuum y la saga troyana, o
como en II, 9. 18-24 afirma que hay que dejar atrás la elegía erótico-amorosa y
celebrar los nuevos éxitos de la política exterior de Augusto: et
potius nova / cantemus Augusti
tropaea / Caesaris et rigidum Niphaten, / Medumque flumen gentibus additum / victis
minores volvere vértices, / intraque praescriptum Gelonos /exiguis equitare
campis. Nada se opone a ello: como tampoco a que el carmen I,38 sea la sencilla exposición de unos gustos no menos
sencillos que pueden aplicarse tanto a la decoración de un banquete como a los
usos y costumbres sociales o a la estética y al estilo poético de su autor. Una
interpretación así es por completo posible y acaso también sea la más acertada.
Pero ello no impide llamar la atención sobre el lugar que el carmen 38 ocupa en el Libro I y que
Willamowitz-Moellendorff (1913: 312, nota 1) comparó con II,20 y III,30, que también
ocupan una posición de cierre de sus libros respectivos. El carmen
I, 38 de Horacio cumple, pues, una clara función estructural en el libro
al que sirve de broche: como indica Pöschl (1991: 74) en la ordenación del Carminum liber I hay una simetría entre
los carmina II y XXXVII, y no sería extraño que también
la hubiera entre el I y el XXXVIII.
Por variadas que
sean sus fuentes[5] y por
más que el carmen 38 se inscriba en una conocida tradición, hay
que reconocer que —como suele ser frecuente en nuestro autor— él la modifica,
la supera y amplía, haciendo que la unidad lingüística, ética, estética,
metapoética y tal vez también política que sus versos conforman sea fácil de
reconocer, pero imposible de atomizar en cada uno de sus distintos elementos,
cumpliéndose en él algunas de las observaciones de Gunnar Carlsson (1946) y,
sobre todo, ésta: que esta poesía lírica
«plus peut-être qu’aucune des oeuvres de la poésie latine,a donné lieu à
differents interpretations et à differents jugements, qu’il s’agisse des
détails ou du caractère général des poèmes», porque «la hardiesse des images,
les légères allusions et les sauts brusques d’un sujet à un autre, le mélange
de badinage et de sérieux, d’ironie et de pathos rendent souvent difficile la
tâche de fixer les intentions du poète et d’apprécier son art à sa juste valeur».
Para Carlsson (1946) en la oda I,1 no hay ironía encubierta sino sincero agradecimiento.
En I,38 —qu, según indicaba Pöschl (1991: 74), tendría una simetría con I,1—
tampoco la hay. Lo que sí hay es el uso de una convención literaria y social
—como el banquete— para sobre ella, y a partir de ella, articular un contenido
que permita a su autor no sólo mantener entre I,1 y I,38 la misma simetría que
hay entre I,2 y I,37 sino hacer también un guiño al nuevo régimen político acomodando
a la propaganda e ideología del mismo sus propios gustos y principios estéticos,
su pensamiento y su sensibilidad. Y esto hay que reconocer que lo logra con
creces, al ser capaz de condensar en un poema tan breve como éste aquella parte
de su propia doctrina que más fácil era de asimilar por el nuevo régimen. Al
hacerlo «corrige» la ironía que pudiera haber en I,37 y, sobre todo, el
excesivo elogio de Cleopatra que I,37 parece contener. En I,38 —que clarifica y
completa el carmen 37— preludia y
adelanta, pero de forma más hábil y menos comprometida que éste, los versos 56-60 del Carmen Saeculare: iam Fides et Pax et Honos Pudorque / priscus et neglecta
redire Virtus / audet, apparetque beata plena / Copia cornu, que sí
expresan—y esta vez sin ambigüedades— su identificación con lo que Horacio
considera éxitos conseguidos por el nuevo régimen.
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[1] A José Luis Vidal
[2] Pues mientras I, 37 —tanto
por su tema como por su metro, su fuente y su modo de composición— es por
entero alcaico y en algún momento (como en los versos 12-21) roza el epinicio,
a la vez que muestra un curioso respeto por Cleopatra, rasgo ampliamente
comentado por los estudiosos, I, 38 es, por su metro, sáfico, y describe una
situación de índole y ámbito privados, que recrea un motivo muy atestiguado en
el epigrama.
[3] Como
“Nada de elaboración” lo entiende y explica Luque (2012: 75, nota 435)
[4] Recuérdese que, como
advierte Cid López (2003: 233), Cleopatra “se presentaba como una reina
poderosa, que emulaba la divinidad, a veces, ataviada como Isis, para mostrar
el poder legendario de los faraones, pero también como Afrodita para recordar a
sus antepasados griegos. Tales apariciones públicas criticadas porque
evidencian su amor al lujo , eran una práctica habitual en el Egipto ptolomaico
al igual que en el faraónico”
[5] Y las del carmen I, 38 lo son: Anacreonte, fr. 356
a y 396 P; Catulo, XXVIII; un epigrama de Nicainetos en Atheneo 15,673 b y una
composición de Filodemo, anth. Pal.
XI, 34, como advirtió Reitzenstein (1963), a las
que hay que sumar la muy probable de un epigrama de Calímaco (el 28 de la
edición de Pfeiffer) cuyo verbo puede ser el que ha servido de punto de partida
tanto al odi de I,38 como al odi profanum vulgus de III,1.