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martes, 24 de noviembre de 2020

"POESÍA, ÉTICA, ESTÉTICA E IDEOLOGÍA EN HORACIO C. I, 38" POR EL POETA Y FILÓLOGO ESPAÑOL JAIME SILES

 



POESÍA, ÉTICA, ESTÉTICA E IDEOLOGÍA EN HORACIO C. I, 38[1]

 

POETRY, ETHIC, AESTHETIC AND IDEOLOGY IN HORACE Ode I, 38 

 

Jaime Siles

Universidad de Valencia

 

 

Resumen: A partir de la posición de cierre que en Libro I de los carmina ocupa el Carmen I, 38, se estudia el modo en que Horacio, manteniéndose fiel a los principios que rigen su poética, los adapta a la situación ideológica inmediatamente posterior a la victoria de Augusto en Accio, matizando así las ambigüedades y sospechas a las que podría dar lugar el tratamiento que en I, 37 da a la figura de Cleopatra. El C. I, 38, en su brevedad, sintetiza el pensamiento estético y ético horacianos muy acordes con las exigencias políticas y los gustos sociales del momento histórico preciso en que fue compuesto.

Palabras clave: Poesía latina clásica, Horacio, C. I, 38

 

 

Abstract: From the closing position that in Book I of the Odes is occupied by the O. I, 38, we study the way in which Horace, remaining faithful to the principles that govern his poetics, adapts them to the ideological situation immediately after Augustus' victory at Accio, thus nuancing the ambiguities and suspicions that could arise from his treatment of the figure of Cleopatra in I, 37. In its brevity, the Ode I, 38, synthesizes the Horacian aesthetic and ethical thought very much in line with the political demands and social tastes of the precise historical moment in which it was composed.

 

Keywords: Classical Latin Poetry, Horace, Ode I, 38

 

 

El breve carmen con que Horacio cierra el libro I no parece haber despertado demasiado interés entre los estudiosos; Vicktor Pöschl (1991: 73) le dedica sólo unas líneas) y, sin embargo, tanto por la posición que ocupa en la Anordnung, donde parece expresar en lo íntimo lo celebrado en el carmen 37 en lo público, como por su insistencia en el modelo de sencillez, encarnado en su ideal de aurea mediocritas, anunciado ya en I, 20 y en I, 31, y explícitamente desarrollado luego en II, 10 y II, 18, merece, cuando menos, un análisis con su correspondiente comentario, que explique tanto su lugar en el orden del libro como la función que ocupa y el sentido que tiene dentro de él. Como ya advirtió Eduard Fränkel (1963: 353), «Man hat nach einer befriedigendenren Erklärung zu suchen» para este «sehr anmutiges kleines Stück» (ibídem: 351), constituido por «eine Folge asyndettisch verbundener, kurzer, knapp formulierter Sätze». De modo similar lo habían descrito Frederic Plessis, Paul Lejay y Édouard Galletier (1911: 102-103) para quienes se trata de una «petite pièce, parfaitement appropriée à son but puisque’elle est simple et brève, et d’ailleurs très poétique», sin que sepamos aún muy bien cuál es exactamente ese but  que sigue aún oculto bajo su clara y ceñida forma, ya que no es un problema lingüístico ni formal el que su textualidad plantea sino de su sentido y su función como cierre y clausura del libro. Por ello, tal vez no sea ocioso buscar en su situación dentro del libro I algunas de sus posibles claves hermenéuticas. 

El hecho de que aparezca allí inmediatamente detrás del famoso Nunc est bibendum con que se abre el carmen 37, que celebra la victoria de César Octaviano sobre Marco Antonio y Cleopatra en las aguas de Accio el 2 de septiembre del año 31 a. C., invita a pensar que, en cierto modo, es una prolongación o derivación complementaria de él: si no por su forma[2], sí por la consideración estética y moral que supone y que ha de ser puesta en relación con el carmen inmediatamente anterior, al que, desde luego, política e ideológicamente corrige, amplía y completa. La impresión que su lectura produce deja abierta una duda: la de si  los versos finales de I, 37 (quae generosius / perire quaerens nec muliebriter / expavit ensem nec latentes / clase cita reparavit oras; / ausa et iacentem visere regiam / vultu sereno, fortis et asperas / tractare serpentis, ut atrum / corpore combiberet venenum, / deliberata morte ferocior, / saevis Liburnis scilicet invidens / privata deduci superbo / non humilis mulier triumpho), pese a ir precedidos de otros que muestran su inequívoco rechazo de las disparatadas pretensiones de la reina egipcia (dum Capitolio / regina dementis ruinas / funus et imperio parabat / contaminato cum grege turpium / morbo virorum, quidlibet impotens / sperare fortunaque dulci / ebria) y un explícito elogio de la actuación de la flota de César Octaviano (sed minuit furorem / vix una sospes navis ab ignibus ,/mentemque lymphatam Mareotico / redegit in veros timores / Caesar ab Italia volantem / remis adurgens) reforzado por un símil épico de cuño homérico (accipiter velu / mollis columbas aut leporem citus / venator in campis Novalis / Haemoniae, daret ut catenis / fatale monstrum) (Pöschl 1968) podrían, sin embargo, haber puesto al poeta en una no demasiado unívoca y, por tanto, incómoda y casi sospechosa posición (Doblhofer 1981: 1945). Lo que haría que éste necesitara —o creyera necesitar— algo así como un redoble o estrambote que, a modo de colofón, reforzase su rechazo de lo alejandrino, contraponiéndole su apuesta por una decidida y deseada Romanitas, acorde con la sencillez y austeridad de su propio gusto y con la serie de antiguos valores que la ideología del Principado tanto iba a auspiciar. Eso —y no otra cosa— podría ser la función del carmen 38: cerrar el libro I de las odas, insistiendo en el valor estético y moral de una vida sencilla, en clara sintonía con las normas de conducta y de vida que la ideología del Principado extenderá. De ahí la topicalización de los términos de los dos primeros versos (Persicos odi, puer, apparatus; / displicent nexae philyra coronae), en los que el primer vocablo (el adjetivo Persicos), concertado con el último del mismo verso (el sustantivo apparatus), alude al lujo asiático u oriental, como indican y recogen en sus versiones Javier Roca (Horacio Flaco 1975: 58), Enrique Badosa (Horacio Flaco 1992: 91; 1998: 293) y José Luis Moralejo (Horacio Flaco 2007: 321). Y eso es precisamente lo que el poeta odia o detesta (odi): no sólo el lujo o el boato, censurados ya desde Catón, sino el que además —y sobre todo— sean Persicos, adjetivo éste que focaliza el inicio del poema y que —asociado e identificado desde las guerras médicas, a y con todo lo oriental— tenía desde Jenofonte, Cyr. 8, 8, 15 hasta corp. paroem. gr. 2, 38 proverbiales connotaciones claramente negativas que Horacio aquí recoge y que pro domo sua intenta con no poco éxito explotar.

  La misma posición que en el primer verso ocupaba el adjetivo Persicos viene a ocuparlo, en el segundo, el verbo displicent, cuyo sujeto coronae concuerda con nexae, completado aquí por el ablativo instrumental philyra. Lo que viene a insistir en el disgusto que a su autor le producía el carácter sofisticado y lujoso que antes, en el verso primero, le había hecho expresar su rechazo (odi) de toda luxuria oriental (Persicos …apparatus). Coherente con los dos versos anteriores, los versos 3 y 4 del carmen 38 (mitte sectari, rosa quo locorum / sera moretur) centran ahora su atención, como antes Persicos apparatus odi y displicent nexae philyra coronae lo hacían, pero con una diferencia, que supone una variación estilística también: el vocativo puer, colocado en el centro del verso 1, es recogido en el verso 3 como sujeto del imperativo mitte, colocado, como Persicos y displicent, también en inicio de verso y del que depende el infinitivo sectari, del que depende a su vez la oración interrogativa indirecta rosa quo locorum / sera moretur, con que finaliza la estrofa primera, cerrando así lo que puede considerarse la primera parte del carmen: esto es, una especie de alegato —construido como si fueran pruebas jurídicas o forenses— de la posición de Horacio en materia de gustos y preferencias personales. Y, para que no quede la menor duda de cuáles no son éstas, el poeta explicita muy bien su rechazo del lujo y del boato asiático (Persicos odi, puer, apparatus) y el desagrado que le produce la decoración hecha con guirnaldas demasiado complejas y sofisticadas (displicent nexae philyra coronae). Pero, por si ello no fuera suficiente, añade a los anteriores un rechazo más, al ordenar a su esclavo en los versos 3-4 que no rebusque en qué lugar la rosa tardía vive (mitte sectari, rosa quo locorum / sera moretur), que, como prueba aducida que es, debe estar por lo menos al mismo nivel que las de los dos versos anteriores o incluso por encima de ellas, al ser, en la gradatio en que aparece, de peso aún mayor. Y esa es precisamente la información que rosa quo locorum / sera moretur aporta, porque no se trata de una rosa cualquiera sino de una muy concreta y conocida, la rosa sera, que no en cualquier sitio ni en todas las estaciones del año se cultivaba: la rosa sera citada y aludida en el poema I, 38 no crecía en Roma sino que, como flor fuera de temporada, era traída desde Alejandría: a estas rosae hibernae, que los romanos importaban de Alejandría en invierno hasta que ellos mismos en el siglo I. d.C. aprendieron a cultivarlas, se alude también en un poema de Cavafis (2017: 97-98 y 704, nota 15). De ahí su extraña condición y su rareza, ya que en suelo itálico las rosas eran flores de primavera y de ninguna otra estación. Lo que si, por un lado, era un signo externo de riqueza, por otro, se convertía, precisamente por ello y por no ajustarse a la producción propia del ciclo natural, objeto de censura moral, como testimonia Séneca, cuando en Epist. 122, 8 se pregunta: non vivunt contra naturam qui hieme concupiscunt rosam? La rosa sera del carmen I, 38 de Horacio es de este tipo y el quo locorum no es otro que Alejandría, alusión ésta que explica su presencia en un texto como este, que es, todo él, una refinada y sutil afirmación de muchas cosas: entre ellas —y no la menos significativa e importante— de la sencillez como principio rector de su gusto estético y su profesión de romanidad, aquí identificada y hecha una con él.

Si la primera parte del poema, constituida por la primera estrofa, expresa el rechazo, por parte de Horacio, de una serie de cosas identificadas con —y asociadas a— los tópicos negativos existentes sobre el lujo y la decoración de gusto oriental, la segunda parte, constituida por la segunda estrofa, es un elogio de la simpleza y sencillez que son rasgos distintivos de la poética horaciana y que su autor vincula con la austeridad y la elegante sobriedad que figuran en el catálogo de virtudes romanas en las que la propaganda y la política augusteas tanto iban a insistir después. Así —pensamos— hay que entender los versos 5-6 (simplici myrto nihil allabores / sedulus curo) que es la explicación que el poeta da a su esclavo para que éste entienda lo que su amo prefiere, pretende y busca: esto es, la sencillez despojada de todo tipo de adorno innecesario. Lo que su autor recalca incluso con el lenguaje empleado para ello, pues —como indica Fränkel (1963: 351, nota 4)— nihil aquí podría entenderse como «die nachdrückliche Form der Negation» y el verbo allabores como intransitivo, dado que el uso de nihil (=prorsus non) curo con un acusativo, pese a ser propio de la lengua coloquial (cf. Plauto, Most. 526: nil me curassis y Capt. 989: nihil curavi ceterum ) se extendió también a la poesía dactílica, en la que encontramos los ejemplos de Catulo, 64, 148 (dicta nihil metuere, nihil periuria curant) y de  Virgilio, Ecl. 2, 6 (O crudelis Alexi, nihil mea carmina curas) y 8, 103 (nihil ille deos, nil carmina curat) y el mismo Horacio en Epod. VIII, 20 utiliza el verbo allaborare con valor intransitivo[3]. También el uso de la construcción mitte sectari —que emplea también en Epod. XIII, 7: cetera mitte loqui y vuelve a utilizar en Carm. II, 20, 24— pertenece a la lengua coloquial: cf. Plauto, Pers. 207: mitte male loqui; Terencio, Andr. 873: mitte male loqui y 904: Mitte orare; y Lucrecio, VI, 1056: Illud in his rebus mirari mitte. La expresión empleada resulta, pues, proporcional a la norma moral y estética aquí aconsejadas y es, lingüísticamente, tan sobria, sencilla y clara como ellas. Y, para que no haya dudas al respecto, Horacio expone al esclavo la razón ética y estética de ello: que ni al sirviente que cumple como corresponde sus funciones, ni a él, su dueño, que bebe bajo una espesa parra, los rebaja y hace de menos en sus situaciones sociales respectivas el que la decoración se haya hecho con sencillo mirto (neque te ministrum / dedecet myrtus neque me sub arta / vite bibentem) y no con guirnaldas trenzadas con cáscara de tilo (nexae philyra coronae ). 

Vicente Cristóbal (Horacio Flaco 1990: 168-169) con razón se pregunta si estas palabras —«dirigidas al esclavo servidor de un banquete, recomendándole sencillez en su ornato»— no habrá que entenderlas como «una alegoría referida al hecho literario»: es decir, a su propia obra poética. Y Paolo Fedeli (2008: 630-631) no abriga dudas de que es así: para él «L’ode svolge la funzione di un commiato e, secondo la tradizione dei proemi e degli epiloghi, espone un programa poetico, che, a causa di quell’identità di stile e di vita, di saggezza e i di poesia che abbiamo più volte indicato como típicamente oraziana, è anche un programa di vita, e che può essere definito, in breve, como scelta della simplicità e dell’essenzialità». Fedeli no admite la interpretación puramente literal de Nisbet y Hubbard (1970) ni la lectura como palinodia del «sfarzo orientale» del carmen 37 que hace Commager (1962: 117 y ss.; 313 y ss.) ni tampoco el elogio de la sencillez, tras la exaltación de la victoria en la oda precedente, que propone István Borzsák (1975: 76 -87). Sin embargo —y a juzgar por la «posición clausular» que el poeta ha dado a este carmen en el libro I y los paralelos que tiene en II, 20 y IV, 15, otras dos «odas-broches», como con acierto Vicente Cristóbal (Horacio Flaco 1990: 168) las define— el carmen 38 articula dos temas: uno, explícito —el rechazo del lujo, identificado con la sofisticada decoración oriental a la que alude y que aquí no puede ser otra que la egipcia de la corte de Cleopatra— y, otro, aquí tácito y velado, pero expreso en el carmen inmediatamente anterior, el 37, en el que celebra la victoria de Accio, pero de un modo tan considerado y respetuoso hacia la persona de Cleopatra, que exige al poeta, sino una retractación, sí una inmediata y precisa puntualización para evitar ser malinterpretado. Esa inmediata y precisa puntualización no es otra que el elogio de la sencillez, opuesta al lujo y sofisticación oriental, con que el carmen 38 «corrige» —por así decirlo— la etopeya de Cleopatra hecha en los versos finales del carmen I, 37, al aconsejar un modo de vida y unos hábitos acordes con el mos maiorum y las veteres artes, que él mismo —con  mucho mayor convencimiento— en IV, 15, 9-12 cantará después ( et vacuum duellis / Ianum Quirini clausit et ordinem / rectum evaganti frena licentiae / iniecit / emovitque culpas / et veteres revocabit artis) .

A diferencia, pues, de lo sostenido de manera excesivamente tajante por Paolo Fedeli, el carmen 38 aúna en sí mismo tanto lo que explicita como lo que oculta. Lo primero queda patente en el programa de vida, extensible también a su propia escritura, que la recomendada sencillez comporta y que se aviene perfectamente bien tanto con su estilo poético como con las exigencias morales y los gustos estéticos que  a ideología y el programa de la política augústea impondrán; lo segundo, menos evidente, viene sugerido por su posición en el orden del libro I, al que no sólo cierra sino en el que está colocado inmediatamente después del 37, al que parece completar con una serie de puntualizaciones oportunas que dejen clara tanto su posición estética como, por analogía, su posición política también. El carmen I, 38, escrito o no al mismo tiempo que el 37, que le precede, ya que no disponemos de datos cronológicos relativos a su composición, pudo ser —como el propio Fedeli (2008: 630) supone— «una fra le ultime della raccolta dei primi tres libri, poiché proemi ed epiloghi di solito vengono compositi alla fine». De ser así, la función del carmen 37 sería bastante clara y Horacio lo habría escrito y colocado como broche y clausura del libro I con una única intención: la de no levantar peligrosas sospechas ni suspicacias derivadas de la lectura del carmen 37, que podría interpretarse como un encomio de Cleopatra.

La brevedad y tono del carmen 38, su motivo, muy próximo a lo epigramático, el lenguaje coloquial empleado, cercano al de la comedia, la sencillez expresiva utilizada y los consejos y amonestaciones de índole moral y estética que lo recorren invitan a pensar que Horacio se ha esmerado por conferir a lo concentrado de su texto una articulación precisa y compacta, sólida y bien configurada, sin puntos de fuga ni ambigüedades, en la que su pensamiento personal sea lo más explícito posible y de cuyas intenciones poéticas, éticas, estéticas y políticas nadie pueda dudar. El carmen 38 encarna todo eso al mismo tiempo y a la vez, pero lo hace con una tan enorme y estudiada sutileza que en él no puede distinguirse lo ético de lo estético ni separarse lo poético de lo político porque forman una profunda, solidaria y total unidad. De ahí que parezca un texto ideológicamente neutro, cuando no lo es, y que el programa de vida que propone se confunda con el programa poético de su autor, y uno y otro, con el modo de conducta propiciada por la ideología y la propaganda del Principado. El uso del verbo dedecet en el verso 7 introduce en el carmen un valor tan estético como moral. Javier Roca (Horacio Flaco 1975: 58) lo traduce por «no es indigno», que conserva bastante bien su connotación etimológica; Enrique Badosa (Horacio Flaco 1992: 91 y 1998: 293) opta por «desdora», que no es ninguna mala versión; de modo similar lo entiende Manuel Fernández-Galiano (Horacio Flaco 1990: 171), al verterlo, en su traducción libre, como «no indigno», haciendo concertar este adjetivo modificado por el adverbio de negación «no», con el sustantivo «mirto» y recogiendo así en el adverbio «no» el valor negativo del de —del  verbo dedecet; José Luis Moralejo (Horacio Flaco 2007: 332) también intenta mantener en su versión el valor del de- latino y lo traslada como «desdice»; lo mismo hace Luque (2012: 75), que lo compara con nec…dedecuit  de Carm. II, 12, 17. Dado que el verbo dedecet está formado sobre decet, que es un término de la misma raíz que el adjetivo dignus-a-um, y que  los sustantivos decus y decorum pertenecen ambos al dominio y al vocabulario de la estética romana (Lombardo 2008: 171-176) dentro de la cual parecen querer reproducir la noción griega de tò prépon estudiada por Max Pohlenz (1997), tal vez se debiera traducir mediante una expresión que mantuviera lo que en latín el verbo decet indica de carácter social y estéticamente conveniente y, en tal caso y teniendo en cuenta el de —que aquí lo restringe o anula—, la traducción de dedecet podría ser algo así como «rebaje», «quite elegancia», «haga de menos» o cualquiera otra formulación lingüística capaz de mantener fusionados el valor estético y el valor moral como en el término latino lo están. Este valor estético del verbo dedecet viene a subrayar la conveniencia y elegancia de lo que el poeta aconseja como modelo de vida y práctica poética: una perspicuitas y una brevitas, una sencillez y una transparencia, acordes con lo que él mismo explica en Serm. I, 10, 9 (est breuitate opus) y en su Ars Poetica, 335-337 (Quidquid praecipies,esto brevis, ut cito dicta / percipiant animi dociles teneantque fideles / omne superuacuom pleno de pectore manat), algo que no procede de Filodemo ni de Heráclides Póntico —como algunos estudiosos pensaban— sino de la doctrina estoica, como advierte Juan Gil (Horacio Flaco 2010: 151, nota 204).

Horacio toma, pues, de la doctrina estoica y, en general, de las teorías lingüísticas y estéticas del periodo helenístico (Fuhrmann  2003: 145-161) el sentido del decus y del decorum con las que intenta no sólo dirigir su vida sino también ajustar a ellas su arte. Recuérdese que tò prépon «es lo bello que reluce sin filtros intelectuales y que quiere ser disfrutado en la inmediatez de la percepción sensible como esplendor propio del objeto individual percibido» (Lombardo 2008: 172). Cicerón, De officiis I, 95 explica cómo por sí mismo se impone a la vista de todos: ut non recondita quadam ratione cernatur sed sit in promptu. De ahí que las virtutes elocutionis regularan la funcionalidad intrínseca del discurso, al garantizar no sólo su pureza idiomática (puritas) su transparencia comunicativa (perspicuitas), su belleza formal (ornatus) y su concisión expresiva (brevitas) sino también la funcionalidad extrínseca del mismo «mediante el principio de la adecuación (prépon, decorum), de su conformidad con los ámbitos de realidad y experiencia en que debía mediar y su sintonía con las circunstancias en el marco de las cuales era pronunciado» (Lombardo 2008: 185).Y este principio —conviene no olvidarlo— servía también de fundamento a la doctrina de los estilos (Walter 1967: 813 ss.), siendo el sencillo el más adecuado para convencer al auditorio mediante la demostración. Horacio conocía muy bien todo esto por haberlo estudiado en la etapa de su formación como orador y no parece extraño que decida aplicarlo a su escritura, pues lo prépon, cuya función era hacer que la belleza formal de los significantes se ajustase a la belleza moral de los significados, traducida al latín como decorum, se convirtió —según (Lombardo 2008:176)— «en el principal fundamento teórico de la literatura romana desde finales de la República a los inicios del Principado». Horacio, que intentó conciliar «el sentido griego de la perfección formal con el sentido romano del rigor moral» (Lombardo 2008: 203) extendió esta doctrina a su propia escritura e incluso a su propia vida en su idea del poeta utilis urbi. La  brevedad del carmen 38 contribuye también a ello y, aunque no ajena al principio de la leptotés, defendido por Calímaco, sigue menos la estética epicúrea de Filodemo que la estoica, para la cual, como recordará Séneca en sus Ad Lucilium epistulae morales 53,11, «es propio de un gran artífice encerrar en un espacio reducido toda la obra». La brevitas —que es uno de los rasgos distintivos del carmen 38— es un concepto ambiguo que incluye tanto la raffinatezza expresiva como la reducida extensión del poema y —como observa Castorina (1968: 43)— lo que en Roma se consideró alejandrinismo no fue tanto el carácter breve de las composiciones como la raffinatezza d’espressione. Horacio es en el carmen 38 tan breve como sutil: defiende un modo de vida, acorde con los nuevos tiempos, y lo hace del modo menos alejandrino y más romano posible, apostando por la máxima y más sobria y austera sencillez. En ello, como en sus ataques a la exagerada posesión de riquezas y en sus no menos frecuentes exhortaciones a la moderación, puede verse —como indica nuestro homenajeado, el profesor José Luis Vidal en su estudio «La poesía augústea de Horacio» (1994: 160), tanto «un apoyo a la política de Augusto contra el lujo» (…) «como la simple expresión de la opción personal de Horacio por la mediocritas». Pero, aun siendo así y considerando la ambigüedad que caracteriza su relación con el poder (La Penna 1963;  Doblhofer 1981) el carmen 38, precisamente por el destacado lugar que ocupa en el libro I —nada menos que como cierre, broche y clausura de todo él— podría interpretarse, si no como una palinodia, que desde luego no lo es, sí como un intento de congraciarse con el nuevo régimen y, en este sentido, como un guiño que el poeta hace para suavizar y reducir de algún modo el exceso de admiración hacia Cleopatra proferido y prodigado —aunque con atenuaciones como las que los versos 6-21 comportan— por los versos finales (mitad del 21 a 32) del carmen 37, inmediatamente anterior a él, en los que algunos estudiosos —como Doblhofer (1981: 1945) y Pöschl (1991: 72;116) han querido ver tanta ironía como reserva hacia la propaganda y la política de Augusto en un momento inicial de las mismas y cuando todavía no se ha producido en nuestro poeta lo que el primero de estos dos estudiosos llama «Die Konversion zu Oktavian» (Doblhofer 1981: 1942): de ahí que en los dos últimos carmina del libro I —el 37 y el 38— todavía se pronuncie y se mueva entre anfibolías y ambigüedades de todo tipo y no sólo lingüísticas ni sintácticas, aunque también. La ambigüedad —como han puesto de manifiesto los estudios de Dörrie (1970), Quinn (1960), Neuhauser (1972), Schmidt (1985) y Putnam (1990)— es uno de los rasgos generales de la literatura de los últimos años de la República romana y de los primeros del Imperio, favorecida, sin duda, por las posibilidades de la lengua, pero propiciada, sobre todo, por la crítica situación que sus principales protagonistas tuvieron que vivir. No es, pues, de extrañar la técnica persuasiva y de caracterización indirecta que el carmen 38 utiliza y en la que hay que ver una matización e, incluso, una implícita corrección o superación de lo expresado en el carmen inmediatamente anterior. Para ello Horacio se sirve tanto de la puritas como de la perspicuitas y la brevitas, que combina con enorme equilibrio y que aplica con no menor sagacidad a lo que el carmen I, 38 es: una oratio, un discurso no público sino privado, dicho siguiendo el principio del tò prépon estoico, entendido como adecuación (decus) al ámbito de la ocasión y realidad concretas en que debía mediar y en sintonía con las circunstancias, el marco y el momento en las que era dicho. Su lengua —que es la coloquial— se ajusta bien a la pretendida sencillez y sobria austeridad que su autor aquí aconseja: cumple, pues, con las exigencias de la puritas; los tópicos morales, resaltados por su  misma condición de proverbios, son de todos conocidos y no necesitan mayor explicación porque cumplen los requisitos de la perspicuitas y, dado que la composición consta únicamente de 8 versos, cumple también los de la brevitas, sin caer en ningún tipo de alejandrinismo estético, que es lo que el poema en todo momento y por todos los medios y maneras posibles trata a todo trance de evitar. Horacio, pues, logra así en él todos los  objetivos que se proponía al incluirlo como cierre del libro: por un lado, deja claro, y ya desde el primer verso, su rechazo de todo tipo de alejandrinismo; completa y recalca esto en los tres versos siguientes, al focalizar en ellos su aversión —que en el primer verso era general y generalizada (Persicos, odi, puer, apparatus)— sobre dos motivos característicos de la decoración más sofisticada como son las nexae philyra coronae y la rosa sera, convertidos aquí en símbolos concretos del lujo oriental. A ellos opone, en los cuatro versos siguientes, la sencillez del mirto que, no por ser  humilde, dedecet —también en inicio de verso como antes displicent y Persico—, es decir, «resta categoría social y/o elegancia» al sirviente y a su señor. La situación en la que se producen la acción y el discurso del carmen es similar a la objetivada en III,14,17-18 (i pete unguentum, puer, et coronas / et cadum Marsi memorem belli) pero no la misma ni igual. En III, 14 «Die Konversion  zu Oktavian», a la que se había referido Doblhofer (1981: 1942) ya se había realizado por completo; en el libro I, en cambio, estaba iniciándose todavía. Esta circunstancia marca y determina la profunda diferencia entre ambos carmina y también entre ambos libros. En I, 38, Horacio, sin renunciar a sus principios estéticos los adapta a la crítica y al rechazo de todo lo oriental, que la propaganda octaviana había concentrado en la figura de Cleopatra (Volkmann 1958; Tarn-Charlesworth 1965; Wike 1992) y Cid López 2000)[4].

Horacio fue en el final de la República y en los primeros años del Principado —como muchos de sus contemporáneos— a political weather-vane —como lo llama Commager (1962: 163)— y, como ellos, tuvo que acomodarse a los nuevos tiempos, ajustando a ellos el principio estético y moral del decus, de cuya aplicación práctica da tanta prueba clara aquí. En este ajuste suyo a los nuevos tiempos intentó hacer compatible su filosofía, su estética, su retórica y su poética con la ideología del Principado (Müller 1985; Schmidt 1985) procurando que no se notaran mucho sus dos voces (Santirocco 1986). Y Lo que hace en el carmen I,38 es precisamente eso: una operación de maquillaje y casi de disfraz, practicada sobre I,37, que es como hay que entender el hecho de que él, y no el 37, sea el que cierre el libro I. El carmen I,38 puede también leerse como una declaración programática, en la que su autor expone los rasgos de su poética, y, arropado en el sentido social y estético del decus, circunscrito y aplicado en él al ornatus, rechaza el alejandrinismo dominante en la lírica latina desde los poetae novi, del mismo modo que, en I, 7, 1-10, critica a los poetas épicos y su constante obsesión por el carmen perpetuum y la saga troyana, o como en II, 9. 18-24 afirma que hay que dejar atrás la elegía erótico-amorosa y celebrar los nuevos éxitos de la política exterior de Augusto: et  potius nova / cantemus Augusti tropaea / Caesaris et rigidum Niphaten, / Medumque flumen gentibus additum / victis minores volvere vértices, / intraque praescriptum Gelonos /exiguis equitare campis. Nada se opone a ello: como tampoco a que el carmen I,38 sea la sencilla exposición de unos gustos no menos sencillos que pueden aplicarse tanto a la decoración de un banquete como a los usos y costumbres sociales o a la estética y al estilo poético de su autor. Una interpretación así es por completo posible y acaso también sea la más acertada. Pero ello no impide llamar la atención sobre el lugar que el carmen 38 ocupa en el Libro I y que Willamowitz-Moellendorff (1913: 312, nota 1) comparó con II,20 y III,30, que también ocupan una posición de cierre de sus libros respectivos. El carmen  I, 38 de Horacio cumple, pues, una clara función estructural en el libro al que sirve de broche: como indica Pöschl (1991: 74) en la ordenación del Carminum liber I hay una simetría entre los carmina  II y XXXVII, y no sería extraño que también la hubiera entre el I y el XXXVIII.    

Por variadas que sean sus fuentes[5] y por más que el carmen  38 se inscriba en una conocida tradición, hay que reconocer que —como suele ser frecuente en nuestro autor— él la modifica, la supera y amplía, haciendo que la unidad lingüística, ética, estética, metapoética y tal vez también política que sus versos conforman sea fácil de reconocer, pero imposible de atomizar en cada uno de sus distintos elementos, cumpliéndose en él algunas de las observaciones de Gunnar Carlsson (1946) y, sobre todo, ésta: que  esta poesía lírica «plus peut-être qu’aucune des oeuvres de la poésie latine,a donné lieu à differents interpretations et à differents jugements, qu’il s’agisse des détails ou du caractère général des poèmes», porque «la hardiesse des images, les légères allusions et les sauts brusques d’un sujet à un autre, le mélange de badinage et de sérieux, d’ironie et de pathos rendent souvent difficile la tâche de fixer les intentions du poète et d’apprécier son art à sa juste valeur». Para Carlsson (1946) en la oda I,1 no hay ironía encubierta sino sincero agradecimiento. En I,38 —qu, según indicaba Pöschl (1991: 74), tendría una simetría con I,1— tampoco la hay. Lo que sí hay es el uso de una convención literaria y social —como el banquete— para sobre ella, y a partir de ella, articular un contenido que permita a su autor no sólo mantener entre I,1 y I,38 la misma simetría que hay entre I,2 y I,37 sino hacer también un guiño al nuevo régimen político acomodando a la propaganda e ideología del mismo sus propios gustos y principios estéticos, su pensamiento y su sensibilidad. Y esto hay que reconocer que lo logra con creces, al ser capaz de condensar en un poema tan breve como éste aquella parte de su propia doctrina que más fácil era de asimilar por el nuevo régimen. Al hacerlo «corrige» la ironía que pudiera haber en I,37 y, sobre todo, el excesivo elogio de Cleopatra que I,37 parece contener. En I,38 —que clarifica y completa el carmen 37— preludia y adelanta, pero de forma más hábil y menos  comprometida que éste, los versos 56-60 del Carmen Saeculare: iam Fides et Pax et Honos Pudorque / priscus  et neglecta  redire Virtus / audet, apparetque beata plena / Copia cornu, que sí expresan—y esta vez sin ambigüedades— su identificación con lo que Horacio considera éxitos conseguidos por el nuevo régimen.

 

Referencias bibliográficas

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[1] A José Luis Vidal

[2] Pues mientras I, 37 —tanto por su tema como por su metro, su fuente y su modo de composición— es por entero alcaico y en algún momento (como en los versos 12-21) roza el epinicio, a la vez que muestra un curioso respeto por Cleopatra, rasgo ampliamente comentado por los estudiosos, I, 38 es, por su metro, sáfico, y describe una situación de índole y ámbito privados, que recrea un motivo muy atestiguado en el epigrama.

[3] Como “Nada de elaboración” lo entiende y explica Luque (2012: 75, nota 435)

[4] Recuérdese que, como advierte Cid López (2003: 233), Cleopatra “se presentaba como una reina poderosa, que emulaba la divinidad, a veces, ataviada como Isis, para mostrar el poder legendario de los faraones, pero también como Afrodita para recordar a sus antepasados griegos. Tales apariciones públicas criticadas porque evidencian su amor al lujo , eran una práctica habitual en el Egipto ptolomaico al igual que en el faraónico”

[5] Y las del carmen I, 38 lo son: Anacreonte, fr. 356 a y 396 P; Catulo, XXVIII; un epigrama de Nicainetos en Atheneo 15,673 b y una composición de Filodemo, anth. Pal. XI, 34, como advirtió Reitzenstein (1963), a las que hay que sumar la muy probable de un epigrama de Calímaco (el 28 de la edición de Pfeiffer) cuyo verbo puede ser el que ha servido de punto de partida tanto al odi de I,38 como al odi profanum vulgus de III,1.

lunes, 12 de diciembre de 2016

EL ARGUMENTO DE LAS SOLEDADES





La mayor dificultad a la hora de valorar adecuadamente las soledades es que son una obra inacabada. Como primera aproximación podemos decir que su trasfondo es el clásico "menosprecio de la corte" frente a la sencillez de la vida campestre. (Para conocer algunos datos sobre las circunstancias en que Góngora concibió este proyecto véanse los comentarios al verso 34 de la dedicatoria.) Su protagonista es un personaje un tanto misterioso, si bien su misterio se debe esencialmente a que Góngora proyectaba ir revelándonos poco a poco los detalles de su historia y, si bien conocemos los más sustanciales, lo cierto es que nos hemos quedado sin conocer los pequeños detalles que más curiosidad suscitan. Por ejemplo, ni siquiera sabemos su nombre. En el poema se le llama frecuentemente "el peregrino", y con ese nombre se le conoce, a falta de otro mejor. (El propio Góngora lo llama así en la dedicatoria del poema: Pasos de un peregrino son, errante ...). Es un apuesto joven cortesano que, desdeñado por la mujer a la que ama, ha decidido desterrarse y vivir errante. Un naufragio lo arroja a las costas de una región campestre y ahí da comienzo la Soledad Primera. El peregrino es acogido por unos cabreros, y al día siguiente por unos serranos que lo invitan a acompañarlos a una boda que va a tener lugar en un pueblo vecino. La boda se celebra el tercer día y con esta tercera jornada termina también la primera parte del poema. A lo largo de estos dos días y medio el peregrino podrá admirar y disfrutar de las maravillas de la vida campesina: conocerá la hospitalidad de las gentes del lugar, la buena comida, hermosos paisajes, hermosas mujeres, oirá las historias de algunos personajes, y no faltarán ocasiones para comparar este mundo ideal con el negro mundo cortesano.
Soledad tiene dos sentidos principales en castellano: se llama así a un lugar solitario y, por supuerto, es también la falta de compañía y el sentimiento de abandono que ésta provoca. Es muy probable que Góngora pensara simultáneamente en ambas acepciones cuando eligió el título de Soledades para su proyecto. La intención era describir cuatro Soledades, cuatro escenarios alejados de la corte y la civilización: los campos, las riberas, las selvas y el yermo; al tiempo que relataba las soledades del peregrino, alejado de su hogar y de su amada. Éste es un buen momento para detallar el contenido argumental:
Versos:
SOLEDAD PRIMERA
Introducción, en una compleja y sofisticada frase, en la que se presenta al peregrino luchando por su vida en el mar, tras un naufragio.
El peregrino llega a la playa, seca su ropa, trepa unos acantilados y se dirige en la noche hacia una hoguera que ve a lo lejos. Allí encuentra a unos cabreros que le ofrecen su hospitalidad.
Exaltación del albergue de los pastores y su vida sencilla frente a la tortuosa vida del cortesano.
Descripción de la velada que el peregrino pasa con los cabreros, la cena y su plácido sueño.
Amanece y un cabrero acompaña al peregrino a ver contemplar el paisaje. Empieza a contarle su historia (es un soldado retirado), cuando lo abandona súbitamente para unirse a la caza de un lobo.
El peregrino camina un trecho a solas hasta que descubre a unas serranas entretenidas junto a un arroyo. Se esconde en el hueco de una encina para observarlas a la espera de que aparezca algún hombre que le permita acercarse honestamente.
Las mujeres forman parte de una comitiva que se dirige a una boda. Han tomado un atajo y están esperando a los hombres, que siguen el camino porque van cargados con regalos para los novios (una vaca, una ternera, gallinas, cabritos, conejos, pavos, perdices, miel y un gamo).
Los montañeses se disponen a descansar junto a sus mujeres y el peregrino sale a su encuentro. Un anciano deduce por su aspecto que el peregrino ha sobrevivido a un naufragio y, conmovido, le cuenta su historia.
El anciano relata la historia de la navegación desde sus inicios míticos y, tras la invención de la brújula, de los grandes descubrimientos, que atribuye exclusivamente a la codicia humana. Colón, Vasco Núñez de Balboa, Vasco de Gama, Magallanes, Elcano, para terminar contando sus propias experiencias en las Indias Orientales, donde en un naufragio perdió a su hijo y su fortuna.
El anciano invita al peregrino a acompañarlos a la boda. Los hombres cargados se adelantan y el anciano y el peregrino quedan con las mujeres, que van más despacio, paseando.
Hombres y mujeres vuelven a reunirse junto a una fuente, donde se detienen para refrescarse. El anciano no quiere ni acercarse al agua (sólo bebe vino).
Los hombres retoman la marcha mientras las mujeres (con el anciano y el peregrino) se quedan sentadas un rato sobre la hierba. Allí se encuentran con otro grupo de mujeres que venían de otro pueblo y se quedan charlando animadamente.
Las mujeres retoman la marcha y llegan al pueblo al anochecer, donde se están disparando fuegos de artificio. El peregrino los alaba y el anciano refunfuña ante el riesgo de que los cohetes incencien los campos. Luego se dirigen a una alameda donde van a pasar la noche.
Allí se celebra una fiesta con cante y baile al son del salterio y a la luz de una hoguera.
Durante la noche unos leñadores talan árboles y cortan ramas con los que adornan el pueblo para la boda que ha de celebrarse al día siguiente.
Amanece y el anciano acompaña al peregrino a ver las calles adornadas con troncos, follaje y flores. Luego le presenta a los novios. Al ver a la novia el peregrino se acuerda de su amada y casi le saltan las lágrimas, pero en eso llegan dos coros (uno de hombres y otro de mujeres) que vienen a recoger a los novios.
Los novios son llevados al templo, donde tiene lugar la ceremonia nupcial.
La ceremonia nupcial es pagana: los dos coros invocan a Himeneo, le presentan a los novios y le piden que los una, con deseos de felicidad, de prosperidad y de abundante descendencia.
Los novios vuelven a su casa y luego el padre de la novia ofrece un banquete a todos los presentes.
Tras la comida doce labradoras ofrecen un baile mientras otra canta deseando prosperidad y larga vida a los recién casados.
Salen todos al ejido, donde se van a celebrar competiciones deportivas.
Competición de lucha entre tres parejas de campesinos.
Competición de salto: un montañés desafía a los presentes y realiza un salto portentoso, otro más grueso intenta superarlo pero resulta un desastre, un tercero casi alcanza al primero y un cuarto ensaya una técnica distinta.
Carrera: veinte corredores compiten en una carrera, de los cuales tres llegan a la meta prácticamente a la par. Ante la imposibilidad de elegir un vencedor, el padre de la novia premia a los tres con sendos cuchillos.
Anochece, los aldeanos acompañan a los recién casados a su casa, se despiden y allí Venus les ha preparado "a batallas de amor, campo de pluma".
EL PEREGRINO
Sobre este desarrollo narrativo, Góngora va ofreciendo poco a poco información sobre el peregrino. En su propósito de presentarlo graduadamente, la primera referencia a su persona es la más anónima posible: una perífrasis:
... cuando el que ministrar podia la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado, sobre ausente,
lagrimosas de amor dulces querellas
da al mar ...
7

El peregrino es un joven que aventajaba en hermosura a Ganimedes, el muchacho a quien Júpiter tomó como copero y amante por su excepcional belleza. Se queja al mar de sus desdichas: de haber sido desdeñado por su amada y haberse tenido que resignar a vivir lejos de ella. Poco después aparece el apelativo de "peregrino":
... al inconsiderado peregrino
que a una Libia de ondas su camino
fio, y su vida a un leño.

El peregrino, confió insenstatamente su camino a un desierto de olas y su vida a un barco. Estos versos, que describen la noche que pasa el peregrino con los cabreros, podrían aludir a su pasado: 
De trompa militar no, o destemplado
son de cajas fue el sueño interrumpido ...

Éstos otros confirman lo mucho que ha vivido nuestro protagonista: 
Consolallo pudiera el peregrino
con las de su edad corta historias largas...

El anciano que le invita a la boda reconoce en su vestido más muestras de su noble procedencia que de los efectos del naufragio: 
que de tu calidad señas mayores
me dan, que del océano, tus paños, 

Aquí vemos el tormento que le ocasiona el recuerdo de su amada: 
... el joven, al instante arrebatado 
a la que, naufragante y desterrado,
lo condenó a su olvido.
Este, pues, Sol, que a olvido lo condena,
cenizas hizo las que su memoria
negras plumas vistió, que infelizmente
sordo engendran gusano, cuyo diente
minador antes lento de su gloria,
inmortal arador fue de su pena.
Y en la sombra no más de la azucena,
que del clavel procura acompañada
imitar en la bella labradora
el templado color de la que adora,
víbora pisa tal el pensamiento,
que el alma, por los ojos desatada,
señas diera de su arrebatamiento, ...

Al ver a la novia, el peregrino no puede evitar recordar a su amada. Su memoria voló hacia ella alada con plumas negras, de luto, y las plumas se hicieron cenizas como las de Ícaro. De las cenizas nace un gusano que primero lo corroe en su interior (mina su gloria) y luego me marca la superficie (su dolor se hace visible). Y al contemplar a la novia, su pensamiento es mordido por una vívora tan venenosa que le brotarían las lágrimas ... si no hubieran llegado en ese momento unos jóvenes para acompañar a los novios al templo.
Esto es prácticamente todo lo que se dice del peregrino en la Soledad Primera. Hay también pasajes donde se describe lo grato que le resultan todos los rasgos de la vida rural que va conociendo:
Agradecido, pues, el peregrino, ...
Con gusto el joven y atención lo oía...
Bajaba entre sí el joven admirando ...
Los fuegos, pues, el joven solemniza ...
... con su huesped, que admira cortesano ...

La única ocasión en la que oímos hablar al peregrino es al principio, cuando divisa la hoguera de los cabreros en la noche y se dirige hacia ella: 
"Rayos - les dice - ya que no de Leda
trémulos hijos, sed de mi fortuna
término luminoso."

(No es muy revelador.) En la Soledad Segunda, en cambio, el peregrino habla durante cincuenta y seis versos consecutivos, un lamento de amor en el que nos da algún detalle más, como que lleva cinco años errante recorriendo el mundo de un extremo a otro:
 
Esta, pues, culpa mía
el timón alternar menos seguro
y el báculo más duro
un lustro ha hecho a mi dudosa mano,
solicitando en vano
las alas sepultar de mi osadía
donde el Sol nace o donde muere el día.
Muera, enemiga amada,
muera mi culpa, y tu desdén le guarde,
arrepentido tarde,
suspiro que mi muerte haga leda,
cuando no le suceda,
o por breve, o por tibia, o por cansada,
lágrima antes enjuta que llorada.
144

(Que muera mi culpa, enemiga amada, y que tu desdén, arrepentido tarde, le guarde [un] suspiro que haga mi muerte suave, cuando no le suceda [le siga] una lágrima [de la que podríamos decir que ha sido] antes secada que llorada, o por breve, o por tibia, o por cansada.)
Góngora dejó inacabada esta segunda soledad, pero por la época que estaba trabajando en ella compuso también el romance Cuatro o seis desnudos hombros, en el que parece contar de forma rápida el final que tenía pensado dar a la historia del Peregrino.
En la Soledad Segunda el Peregrino pasa la noche y el día siguiente con unos pescadores, y al amanecer del quinto día, mientras lo llevan en su barca, ven una partida de caza. La escena de la cacería no está completa, pero cabe suponer que el peregrino iba a unirse a los cazadores y que con ellos visitaría el bosque (y ése sería el contenido de la Soledad Tercera), y en la Soledad Cuarta el peregrino se establecería como ermitaño hasta que, pasados unos meses, recibiría la noticia del perdón de su dama.
EL MENOSPRECIO DE LA CORTE
Pero la historia del peregrino, si bien es el hilo conductor de las Soledades, no es ni mucho menos el grueso de su contenido. El segundo plano lo ocupa el menosprecio de la corte y el encarecimiento de la vida rural. Góngora aprovecha la menor ocasión para establecer comparaciones, pero hay tres secciones del poema en las que esta idea se desarrolla más concentradamente:
  • El canto al albergue (vv. 94-135), sin duda la parte más mordaz. En ella se enumeran los vicios de la corte (ambición, soberbia, envidia, adulación, ostentación, etc.) contraponiéndolos con la sencillez de la vida campestre.
  • El discurso del anciano sobre la navegación (vv. 366-502), que es el pasaje más soberbio y espectacular. El anciano relata (y maldice) la historia de los descubrimientos con minucioso detalle y sin emplear un solo nombre propio. Denuncia a la codicia como el único móvil y deplora los innumerables hombres que han muerto víctimas de su ambición.
  • La ceremonia nupcial, (vv. 767-844). Es el pasaje más sorprendente, porque se trata de una ceremonia pagana. Góngora no salva a la religión de su crítica sistemática a la degeneración de la corte. No la ataca directamente (hubiera tenido serios problemas en caso de haberlo hecho), pero la condena expulsándola por completo de sus soledades bucólicas. Conviene pensar qué era una boda en sus tiempos: una ceremonia extraña en la que un sacerdote recitaba unas desfasadas fórmulas antiguas carentes de sentido para todo el que no supiera latín ... y también para quien supiera latín. En su lugar, Góngora nos propone una ceremonia sincera, donde cada palabra tiene una razón de ser. Por otra parte, esta ceremonia sitúa definitivamente el lugar de la acción: es una utopía. Con independencia de que Góngora se inspirara en localizaciones concretas, lo cierto es que en el poema no está describiendo una alternativa real a la corrupción cortesana, sino una alternativa ideal. (Incidentalmente, esto explica que todas las labradoras sean de tez blanca y cristalina.)
Como contrapunto, cada detalle de la vida rural es presentado como algo exquisito: aldeanos, paisajes, comida, celebraciones, etc. Góngora pone a su servicio todo su ingenio y la increíble capacidad expresiva de su poesía. Las soledades son como un inmenso y colorido cuadro lleno de pequeñas escenas. Si el peregrino es el primer plano y el menosprecio de la corte el segundo, estas escenas son el fondo del poema.
LAS SOLEDADES COMO POEMA DESCRIPTIVO
Las Soledades son el poema en el que Góngora se propuso desarrollar su estilo inimitable hasta sus últimas consecuencias. El Polifemo fue una primera fase de este proyecto, si bien la rigidez del argumento (que debía ceñirse hasta cierto punto a la historia clásica), así  como la de las octavas reales (que restringían las posibilidades sintácticas), no le ofrecieron al poeta toda la libertad de la que dispuso con el argumento laxo de las soledades y su versificación en forma de silva. Los recursos que en el Polifemo son usados con moderación calculada, en las soledades aparecen empleados sin restricción alguna. Ésta es una de las causas de la tan criticada oscuridad de las soledades. Hay que unir muchas otras, y no vamos a entrar aquí en ellas. Sólo diremos que dicha oscuridad no es nunca intencional, es decir, Góngora no escribe de forma rebuscada para dificultar gratuitamente la comprensión de sus versos, sino que toda dificultad que pueda surgir a la hora de entender las Soledades es esencialmente de la misma naturaleza que la que surge al tratar de leer, por ejemplo, un libro de matemáticas avanzadas. No es sensato acusar de oscurantismo a los matemáticos porque los libros de matemáticas cuesten de leer. Lo que sucede es que profundizar en cualquier tema (matemáticas, filosofía, etc.) requiere necesariamente una preparación previa y un esfuerzo intelectual del lector. Es posible hablar de cualquier tema de modo que cualquiera pueda entenderlo, pero no si se pretende hacer en profundidad. Similarmente, la poesía de Góngora pretende aprovechar al máximo los recursos lingüísticos a todos los niveles para lograr las descripciones más precisas, más impactantes, más coloridas, y eso requiere inevitablemente un inmenso esfuerzo por parte del poeta y un gran esfuerzo por parte del lector.
En gran parte, la dificultad de leer a Góngora proviene de su técnica descriptiva, que podríamos calificar de impresionista. En cierto modo, quien dice que no entiende a Góngora es como quien se pone ante un cuadro impresionista y dice "sólo veo manchas y figuras distorsionadas". La técnica del impresionismo consiste en dejar que el espectador recree la imagen en su mente, y, cuando el pintor es bueno, unos trazos toscos cuidadosamente seleccionados  consiguen formar en la mente, ya que no en los ojos, del espectador, imágenes mucho más luminosas, realistas y sugerentes que las que produce el pincel más fino y detallista. Volviendo a la comparación con un libro de matemáticas, la idea básica es que cuando un lector resuelve por sí mismo, con su propio esfuerzo, un problema planteado en el texto, obtiene un conocimiento mucho más profundo y satisfactorio del resultado que si se hubiera limitado a leer la solución. Ésa es la técnica descriptiva de Góngora: dirigir al lector planteándole pequeños problemas para que los vaya resolviendo, presentándole esbozos para que forme él mismo con ellos la figura, de modo que unos pocos versos producen, al meditar sobre ellos y desarrollarlos, efectos espectaculares. Sería un grave error malinterpretar esto concluyendo que Góngora dice vaguedades para que cada cual las interprete como quiera. Todo lo contrario: las descripciones de Góngora tienen una exactitud matemática, fotográfica. Cuando Góngora dice algo, dice siempre algo muy concreto y son muy raros los pasajes en los que es posible denunciar alguna ambigüedad. Pongamos un ejemplo de la Soledad Segunda:
A pocos pasos lo admiró no menos
montecillo, las sienes laureado,
traviesos despidiendo moradores
de sus confusos senos,
conejuelos que, el viento consultado,
salieron retozando a pisar flores,
el más tímido, al fin, más ignorante
del plomo fulminante.
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Fijémonos en el sintagma: el viento consultado. Quizá en una lectura rápida cause perplejidad, pero es una invitación a que el lector se pregunte ¿en qué sentido puede decirse que un conejo consulta el viento? La respuesta no es difícil de obtener: un conejo consulta el viento cuando olfatea al aire. Lo primero que hacen los conejuelos al salir de la madriguera es olfatear el aire por si detectan algún peligro, y, una vez concluido que no lo hay, salen ya despreocupados. De este modo, con tres palabras, Góngora nos ha llevado a imaginarnos a un conejuelo asomando tímidamente por el agujero de su madriguera, detenerse, mover el hocico simpáticamente durante unos instantes con gesto cauteloso, para luego empezar a brincar juguetonamente. Es sólo una pincelada, pero basta para generar todas estas imágenes. Y la interpretación es unívoca. No cabe pensar que el viento consultado pueda tener otras interpretaciones diferentes. Tal y como decíamos, no es lo mismo esbozar una imagen para que el lector la desarrolle, que decir algo vago susceptible de ser interpretado de mil formas distintas.
Se han escrito páginas y más páginas sobre el estilo de Góngora y su técnica, y no pretendemos aquí competir con ellas. Únicamente queremos destacar que la grandeza de las Soledades se debe tanto o más a su fondo como a los primeros planos. A lo largo del poema Góngora describe objetos, sucesos, personas, sensaciones, emociones y casi todo lo imaginable con una eficacia que no puede concebirse hasta que no se lee. Confiamos en que nuestras aclaraciones al texto puedan servir para que el lector pueda percatarse por sí mismo de esta riqueza.