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sábado, 5 de mayo de 2012

POEMAS DE FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS


FRANCISCO DE QUEVEDO





Nació en Madrid el día 17 de septiembre de 1580. Fueron sus padres, Pedro Gómez de Quevedo y María de Santibáñez; eran oriundos del valle de Toranzo en la Montaña (Santander). Tuvieron seis hijos, de los que dos murieron tempranamente quedando como único varón en compañía de sus hermanas, Margarita, Felipa y María, siendo él, el tercero de los hermanos. Le bautizaron en la Parroquia de San Ginés. Su madre, era dama de doña Ana, mujer de Felipe II y su padre era secretario de dicha señora, por lo tanto el conocimiento de ambos fue dentro de un ambiente regio al cual ambos pertenecían. Cuando contaba seis años de edad, Quevedo, pierde a su padre, teniendo como tutor a partir de entonces a D. Agustín de Villanueva, del Consejo de Aragón. Hacia 1596, consta que estaba comenzando sus estudios en Alcalá. En 1599 obtiene el título de Bachiller. Sabido es que no recogió su título hasta el año siguiente. Por entonces morí a Felipe II, y una de sus hermanas profesaba en el Convento de las Carmelitas Descalzas. En 1606 al trasladarse la Corte a Valladolid, Quevedo, como tantos favorecidos y protegidos de los Reyes se instala en la nueva Corte. Perdiendo también por esa época a su madre. Por este tiempo inicia su amistad con Pedro Téllez Girón, más tarde Duque de Osuna y conoce a Lope de Vega y Cervantes con los que siempre mantuvo muy buenas relaciones de amistad y admiración por sus obras. De su estancia en Valladolid existen datos de sus estudios sobre arte en la Universidad. En el año 1605 regresa en compañía de sus hermanas a Madrid. A partir de su estancia en Valladolid viene su enemistad por Góngora que ya será un enemigo a batir en toda regla a base de los versos satíricos que se mandaban entre uno y otro poeta. No obstante esta animosidad entre ambos poetas, es conocida también la admiración que se tenían por los versos que ambos fueron capaces de escribir a lo largo de su vida. Creo, después de haber leído varias biografías de Quevedo, que su poeta preferido fue Lope, criterio que compartían tanto Dámaso Alonso como Luis Astrana Marín. Bajo el amparo del Duque de Osuna marchó a Sicilia y se sabe que en 1613, Quevedo, reside en Palermo. De su paso por Roma y otras ciudades italianas, son testigos los sonetos que fue componiendo a lo largo de todas estas visitas. Estando al servicio del Duque de Osuna es enviado a Madrid con donativos reales con el fin de conseguir para el Duque el Virreinato de Nápoles, cosa que Quevedo logra, así como la investidura por parte de Felipe III del hábito de Santiago para él mismo. Debido a la Conjuración de Venecia, el Duque cae en desgracia arrastrando a Quevedo, que a partir de entonces padece toda clase de difamaciones y amenazas por parte de sus enemigos políticos. Debido a esta coyuntura, Quevedo padece prisión en Uclés en 1621. Más tarde desterrado y confinado a la Torre de Juan Abad, Quevedo se dedica por entero a escribir... Sobre su disposición a vivir en la villa manchega de Villanueva de los Infantes, se debe a un viejo pleito sobre ciertas heredades que compró al Consejo de Castilla y que le convirtieron en Señor de la Torre de Juan Abad. El 29 de febrero de 1634, por la intervención de doña Inés de Zúñiga, esposa del Conde-Duque, Quevedo se casa con doña Esperanza de Mendoza, señora de Cetina y viuda de Fernández Liñán de Heredia. De aquel tiempo fue el soneto que circulaba en contra de un Quevedo ya cincuentón... «Si no sabéis, señora de Cetina...» A los dos años se separan y ella muere en 1642. En 1639 es detenido en casa de Medinaceli y encarcelado en la prisión de San Marcos, de León, durante cuatro años. Con la caída del Conde Duque de Olivares, son atendidas las peticiones de Quevedo sobre su inocencia. Encontrándose viejo, enfermo y sin ninguna disposición de ánimo se retira a su Villanueva de los Infantes, donde le sobreviene la muerte un 8 de septiembre del año 1645. Por encargo de don Pedro Coello, don José González de Salas, recoge la mayor parte de los poemas de Quevedo, publicándolos en 1648 en Madrid bajo el título «Parnaso español» y más tarde en 1670 «Las nueve Musas últimas castellanas». De estas dos obras he sacado la mayoría de los sonetos que figuran en mi trabajo. También encontré diversos sonetos en obras de Astrana Marín, José Manuel Blecua y Roque Esteban Scarpa, así como en libros de los siglos XVII y XVIII.; dedicatorias y elogios a sus amigos en publicaciones de aquellos años. Sobre la colocación de los sonetos he procedido a ponerlos tal como aparecen en las obras más representativas donde se encuentran sonetos de Quevedo, es decir: «Parnaso español» de 1648 y «Las tres Musas últimas castellanas» de 1670 y los demás, tales como los encontrados en manuscritos de la Biblioteca Nacional, o los dedicados a sus amigos, prologando sus obras y otros más raros de hallar por su dificultad en diferentes apartados como a continuación explico en mi trabajo. Podía haberlos puesto por algún orden de popularidad. Quien no sabe el primer verso de aquel... «Érase un hombre a una nariz pegado» o el verso final del más célebre para mi entender de todos sus sonetos: «polvo serán, mas polvo enamorado». Sin embargo, descartada esta tentación, he preferido salgan a la luz como estaban en sus primeras publicaciones; por esto elegí el procedimiento que he seguido con esta obra. Todos estos sonetos están incluidos en mi «Biblioteca del soneto» obra que cuenta con más de 3.500 poetas que han escrito sonetos y unos treinta mil sonetos representando a todos lo sonetistas en castellano. Y en la que llevo trabajando más de cuarenta años, partiendo de una biblioteca personal de poesía en la que tengo catalogados más de 5.000 poetas. Y en la que sin lugar a dudas son la estrella los sonetos de Lope de Vega, que algún día verán la luz en Internet que es la forma más fácil para los poetas sin editores de conseguir su propagación para gozo de los amantes del soneto. Estos sonetos, que hasta la actualidad, (Luis Guarner, 1935 y Gerardo Diego, 1953) no pasaban de 300, en mi obra ya están numerados 1420, la mayoría sacados de haber repasado más de 600 comedias de su repertorio. Los datos sacados de la vida y obra de Quevedo, han sido de «Historia de la Literatura Española e Hispanoamericana» Tomo III. Ediciones Orgaz S. A. de 1980. De los fondos de la Biblioteca Universitaria de Valencia, de la calle de la Nave y de la Biblioteca de San Miguel de los Reyes de Valencia. De las Obras Completas de José Manuel Blecua, Roque Esteban Scarpa, de Don Luis Astrana Marín y de los fondos de la Biblioteca Cervantes en Internet. Mención aparte por el hallazgo que supuso, la Biblioteca de Serrano Morales depositada en el Ayuntamiento de Valencia.


SONETOS


A la brevedad de la vida

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!

Feroz, de tierra el débil muro escalas,
 5
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.

   ¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte!
¡Qué no puedo querer vivir mañana
 10
sin la pensión de procurar mi muerte!

Cualquier instante de la vida humana
es nueva ejecución, con que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.


Soneto

«¡Ah de la vida!»... ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.



Salmo XVII

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salíme al campo: vi que el sol bebía          5
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,             10
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.


Salmo XVIII

Todo tras sí lo lleva el año breve
e la vida mortal, burlando el brío
al acero valiente, al mármol frío,
que contra el Tiempo su dureza atreve.


Antes que sepa andar el pie, se mueve
camino de la muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio río
que negro mar con altas ondas bebe.


Todo corto momento es paso largo
que doy, a mi pesar, en tal jornada,
pues, parado y durmiendo, siempre aguijo.


Breve suspiro, y último, y amargo,
es la muerte, forzosa y heredada:
mas si es ley, y no pena, ¿qué me aflijo?



Significase la propia brevedad de la vida sin pensar
y con padecer, salteada de la muerte


¡Fue sueño ayer; mañana será tierra!
¡Poco antes, nada; y poco después, humo!
¡Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra!

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo
menos me hospeda el cuerpo, que me entierra.

Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento,
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.


- CXCVII a -

A una fénix de diamantes que Aminta traía en el cuello

Aminta, si a tu pecho y a tu cuello
esa fénix preciosa a olvidar viene
la presunción de única que tiene,
en tu rara belleza podrá hacello.

Si viene a mejorar, sin merecello
 5
de incendio (que dichosamente estrene),
hoguera de oro crespo la previene
el piélago de luz en tu cabello.

Si varias de muerte y de elemento
quiere, y morir en nieve, la blancura
 10
de tus manos la ofrece monumento.

Si quieres más eterna sepultura,
si ya no fuese eterno nacimiento,
con mi envidia la alcance en tu hermosura.


Don Francisco de Quevedo

Piedra soy en sufrir pena y cuidado,
y cera en el querer enternecido,
sabio en amar dolor tan bien nacido,
necio en ser en mi daño porfiado.

Medroso en no vencerme acobardado
 5
y valiente en no ser de mí vencido,
hombre en sentir mi mal, aun sin sentido,
bestia en no despertar desengañado.

En sustentarme entre los fuegos rojos,
en tus desdenes ásperos y fríos,
 10
soy salamandra, y cumplo tus antojos;

y las niñas de aquestos ojos míos
se han vuelto, con la ausencia de tus ojos
ninfas que habitan dentro de dos ríos.


- CCLXXXI b -
Amor constante más allá de la muerte

Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esa otra parte, en la ribera,
 5
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

   Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
 10
medulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.


- CCLXXVII -

Retrato de Lisi que traía en una sortija

En breve cárcel traigo aprisionado,
con toda su familia de oro ardiente,
el cerco de la luz resplandeciente,
y grande imperio del Amor cerrado.

Traigo el campo que pacen estrellado
 5
las fieras altas de la piel luciente;
y a escondidas del cielo y del Oriente,
día de luz y parto mejorado.

Traigo todas las Indias en mi mano,
perlas que, en un diamante, por rubíes,
 10
pronuncian con desdén sonoro yelo,

y razonan tal vez fuego tirano
relámpagos de risa carmesíes,
auroras, gala y presunción del cielo.


 - CCLXXIV b -

Amor impreso en el alma que dura después de las cenizas

Si hija de mi amor mi muerte fuese,
¡qué parto tan dichoso que sería
el de mi amor contra la vida mía!
¡Que gloria, que el morir de amar naciese!

Llevara yo en el alma adonde fuese
 5
el fuego en que me abraso, y guardaría
su llama fiel con la ceniza fría
en el mismo sepulcro en que durmiese.

De esa otra parte de la muerte dura,
vivirán en mi sombra mis cuidados,
 10
y más allá del Lethe mi memoria.

Triunfará del olvido tu hermosura;
mi pura fe y ardiente, de los hados;
y el no ser, por amar, será mi gloria.


- CCLXXXI a -

Amor de sola una vista nace, vive, crece y se perpetua

Diez años de mi vida se ha llevado
en veloz fuga y sorda el sol ardiente,
después que en tus dos ojos vi el Oriente,
Lísida, en hermosura duplicado.

Diez años en mis venas he guardado
 5
el dulce fuego que alimento, ausente,
de mi sangre. Diez años en mi mente
con imperio tus luces han reinado.

Basta ver una vez grande hermosura;
que una vez vista, eternamente enciende,
 10
y en l'alma impresa eternamente dura.

Llama que a la inmortal vida trasciende,
ni teme con el cuerpo sepultura,
ni el tiempo la marchita ni la ofende.



  CDXVI a -

A un hombre de gran nariz

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;

era un reloj de sol mal encarado,
 5
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.

Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
 10
las doce tribus de narices era;

érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.


Contra Don Luis de Góngora y su
poesía


Este cíclope, no siciliano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda faz, cuyo hemisferio
zona divide en término italiano;

este círculo vivo en todo plano;
 5
este que, siendo solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;

   el minúsculo sí, más ciego bulto;
el resquicio barbado de melenas;
 10
esta cima del vicio y del insulto;

éste, en quien hoy los pedos son sirenas,
éste es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.


Soneto


 Yo te untaré mis obras con tocino,
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en puyas, cual mozo de camino.

Apenas hombre, sacerdote indino,
 5
que aprendiste sin christus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y, en la Corte, bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo sólo rabí de la judía,
 10
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

Mss. 3.795, f. 337v, B. N.


Otro

Quiero gozar, Gutiérrez; que no quiero
tener gusto mental tarde y mañana;
primor quiero atisbar, y no ventana,
y asistir al placer, y no al cochero.

Hacérselo es mejor que no terrero;
 5
más me agrada d[e] balde que de galana:
por una sierpe dejaré a Diana,
si el dármelo es a gotas sin dinero.

No pido calidades ni linajes;
que no es mi pija libro del becerro,
 10
ni muda el coño, por el don, visajes.

Puta sin daca es gusto sin cencerro,
que al no pagar, los necios, los salvajes,
siendo paloma, le llamaron perro.


Mss. 108, B. M. P., f. 216b



Otro Soneto
Que tiene ojo de culo es evidente,
y manojo de llaves, tu sol rojo,
y que tiene por niña en aquel ojo
atezado mojón duro y caliente.

Tendrá legañas necesariamente
la pestaña erizada como abrojo,
y guiñará, con lo amarillo y flojo,
todas las veces que a pujar se siente.

¿Tendrá mejor metal de voz su pedo
que el de la mal vestida mallorquina?
Ni lo quiero probar ni lo concedo.

Su mierda es mierda, y su orina, orina:
sólo que ésta es verdad, y esotra, enredo,
y estánme encareciendo la letrina.


Letrilla satírica


Pues amarga la verdad,
quiero echarla de la boca;
y si al alma su hiel toca,
esconderla es necedad.
Sépase, pues libertad
 5
ha engendrado en mí pereza
la pobreza.

¿Quién hace al ciego galán
y prudente al sin consejo?
¿Quién al avariento viejo
 10
le sirve de río Jordán?
¿Quién hace de piedras pan,
sin ser el Dios verdadero?
El dinero.

¿Quién con su fiereza espanta,
 15
el cetro y corona al rey?
¿Quién careciendo de ley
merece nombre de santa?
¿Quién con la humildad levanta
a los cielos la cabeza?
 20
La pobreza.

¿Quién los jueces con pasión,
sin ser ungüento, hace humanos,
pues untándolos las manos
los ablanda el corazón?
 25
¿Quién gasta su opilación
con oro, y no con acero?
El dinero.

¿Quién procura que se aleje
del suelo la gloria vana?
 30
¿Quién siendo tan cristïana,
tiene la cara de hereje?
¿Quién hace que al hombre aqueje
el desprecio y la tristeza?
La pobreza.
 35

¿Quién la montaña derriba
al valle, la hermosa al feo?
¿Quién podrá cuanto el deseo,
aunque imposible, conciba?
¿Y quién lo de abajo arriba
 40
vuelve en el mundo ligero?
El dinero.



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