Nació en Madrid el día 17 de septiembre de 1580. Fueron sus padres, Pedro Gómez de Quevedo y María de Santibáñez; eran oriundos del valle de Toranzo en la Montaña (Santander). Tuvieron seis hijos, de los que dos murieron tempranamente quedando como único varón en compañía de sus hermanas, Margarita, Felipa y María, siendo él, el tercero de los hermanos. Le bautizaron en la Parroquia de San Ginés. Su madre, era dama de doña Ana, mujer de Felipe II y su padre era secretario de dicha señora, por lo tanto el conocimiento de ambos fue dentro de un ambiente regio al cual ambos pertenecían. Cuando contaba seis años de edad, Quevedo, pierde a su padre, teniendo como tutor a partir de entonces a D. Agustín de Villanueva, del Consejo de Aragón. Hacia 1596, consta que estaba comenzando sus estudios en Alcalá. En 1599 obtiene el título de Bachiller. Sabido es que no recogió su título hasta el año siguiente. Por entonces morí a Felipe II, y una de sus hermanas profesaba en el Convento de las Carmelitas Descalzas. En 1606 al trasladarse la Corte a Valladolid, Quevedo, como tantos favorecidos y protegidos de los Reyes se instala en la nueva Corte. Perdiendo también por esa época a su madre. Por este tiempo inicia su amistad con Pedro Téllez Girón, más tarde Duque de Osuna y conoce a Lope de Vega y Cervantes con los que siempre mantuvo muy buenas relaciones de amistad y admiración por sus obras. De su estancia en Valladolid existen datos de sus estudios sobre arte en la Universidad. En el año 1605 regresa en compañía de sus hermanas a Madrid. A partir de su estancia en Valladolid viene su enemistad por Góngora que ya será un enemigo a batir en toda regla a base de los versos satíricos que se mandaban entre uno y otro poeta. No obstante esta animosidad entre ambos poetas, es conocida también la admiración que se tenían por los versos que ambos fueron capaces de escribir a lo largo de su vida. Creo, después de haber leído varias biografías de Quevedo, que su poeta preferido fue Lope, criterio que compartían tanto Dámaso Alonso como Luis Astrana Marín. Bajo el amparo del Duque de Osuna marchó a Sicilia y se sabe que en 1613, Quevedo, reside en Palermo. De su paso por Roma y otras ciudades italianas, son testigos los sonetos que fue componiendo a lo largo de todas estas visitas. Estando al servicio del Duque de Osuna es enviado a Madrid con donativos reales con el fin de conseguir para el Duque el Virreinato de Nápoles, cosa que Quevedo logra, así como la investidura por parte de Felipe III del hábito de Santiago para él mismo. Debido a la Conjuración de Venecia, el Duque cae en desgracia arrastrando a Quevedo, que a partir de entonces padece toda clase de difamaciones y amenazas por parte de sus enemigos políticos. Debido a esta coyuntura, Quevedo padece prisión en Uclés en 1621. Más tarde desterrado y confinado a la Torre de Juan Abad, Quevedo se dedica por entero a escribir... Sobre su disposición a vivir en la villa manchega de Villanueva de los Infantes, se debe a un viejo pleito sobre ciertas heredades que compró al Consejo de Castilla y que le convirtieron en Señor de la Torre de Juan Abad. El 29 de febrero de 1634, por la intervención de doña Inés de Zúñiga, esposa del Conde-Duque, Quevedo se casa con doña Esperanza de Mendoza, señora de Cetina y viuda de Fernández Liñán de Heredia. De aquel tiempo fue el soneto que circulaba en contra de un Quevedo ya cincuentón... «Si no sabéis, señora de Cetina...» A los dos años se separan y ella muere en 1642. En 1639 es detenido en casa de Medinaceli y encarcelado en la prisión de San Marcos, de León, durante cuatro años. Con la caída del Conde Duque de Olivares, son atendidas las peticiones de Quevedo sobre su inocencia. Encontrándose viejo, enfermo y sin ninguna disposición de ánimo se retira a su Villanueva de los Infantes, donde le sobreviene la muerte un 8 de septiembre del año 1645. Por encargo de don Pedro Coello, don José González de Salas, recoge la mayor parte de los poemas de Quevedo, publicándolos en 1648 en Madrid bajo el título «Parnaso español» y más tarde en 1670 «Las nueve Musas últimas castellanas». De estas dos obras he sacado la mayoría de los sonetos que figuran en mi trabajo. También encontré diversos sonetos en obras de Astrana Marín, José Manuel Blecua y Roque Esteban Scarpa, así como en libros de los siglos XVII y XVIII.; dedicatorias y elogios a sus amigos en publicaciones de aquellos años. Sobre la colocación de los sonetos he procedido a ponerlos tal como aparecen en las obras más representativas donde se encuentran sonetos de Quevedo, es decir: «Parnaso español» de 1648 y «Las tres Musas últimas castellanas» de 1670 y los demás, tales como los encontrados en manuscritos de la Biblioteca Nacional, o los dedicados a sus amigos, prologando sus obras y otros más raros de hallar por su dificultad en diferentes apartados como a continuación explico en mi trabajo. Podía haberlos puesto por algún orden de popularidad. Quien no sabe el primer verso de aquel... «Érase un hombre a una nariz pegado» o el verso final del más célebre para mi entender de todos sus sonetos: «polvo serán, mas polvo enamorado». Sin embargo, descartada esta tentación, he preferido salgan a la luz como estaban en sus primeras publicaciones; por esto elegí el procedimiento que he seguido con esta obra. Todos estos sonetos están incluidos en mi «Biblioteca del soneto» obra que cuenta con más de 3.500 poetas que han escrito sonetos y unos treinta mil sonetos representando a todos lo sonetistas en castellano. Y en la que llevo trabajando más de cuarenta años, partiendo de una biblioteca personal de poesía en la que tengo catalogados más de 5.000 poetas. Y en la que sin lugar a dudas son la estrella los sonetos de Lope de Vega, que algún día verán la luz en Internet que es la forma más fácil para los poetas sin editores de conseguir su propagación para gozo de los amantes del soneto. Estos sonetos, que hasta la actualidad, (Luis Guarner, 1935 y Gerardo Diego, 1953) no pasaban de 300, en mi obra ya están numerados 1420, la mayoría sacados de haber repasado más de 600 comedias de su repertorio. Los datos sacados de la vida y obra de Quevedo, han sido de «Historia de la Literatura Española e Hispanoamericana» Tomo III. Ediciones Orgaz S. A. de 1980. De los fondos de la Biblioteca Universitaria de Valencia, de la calle de la Nave y de la Biblioteca de San Miguel de los Reyes de Valencia. De las Obras Completas de José Manuel Blecua, Roque Esteban Scarpa, de Don Luis Astrana Marín y de los fondos de la Biblioteca Cervantes en Internet. Mención aparte por el hallazgo que supuso, la Biblioteca de Serrano Morales depositada en el Ayuntamiento de Valencia.
SONETOS
A la brevedad de la vida | ||||||||||||||||
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Salmo XVII
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Salíme al campo: vi que el sol bebía 5
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos, 10
mi báculo más corvo y menos fuerte.
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.
Salmo XVIII
Todo tras sí lo lleva el año breve
e la vida mortal, burlando el brío
al acero valiente, al mármol frío,
que contra el Tiempo su dureza atreve.
Antes que sepa andar el pie, se mueve
camino de la muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio río
que negro mar con altas ondas bebe.
Todo corto momento es paso largo
que doy, a mi pesar, en tal jornada,
pues, parado y durmiendo, siempre aguijo.
Breve suspiro, y último, y amargo,
es la muerte, forzosa y heredada:
mas si es ley, y no pena, ¿qué me aflijo?
Significase la propia brevedad de la vida sin pensar
y con padecer, salteada de la muerte
¡Fue sueño ayer; mañana será tierra! ¡Poco antes, nada; y poco después, humo! ¡Y destino ambiciones, y presumo apenas punto al cerco que me cierra! Breve combate de importuna guerra, en mi defensa soy peligro sumo; y mientras con mis armas me consumo menos me hospeda el cuerpo, que me entierra. Ya no es ayer; mañana no ha llegado; hoy pasa, y es, y fue, con movimiento que a la muerte me lleva despeñado. Azadas son la hora y el momento, que, a jornal de mi pena y mi cuidado, cavan en mi vivir mi monumento. |
- CXCVII a - | ||||||||||||||||
A una fénix de diamantes que Aminta traía en el cuello | ||||||||||||||||
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Don Francisco de Quevedo | ||||||||||||||||
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- CCLXXXI b - | ||||||||||||||||
Amor constante más allá de la muerte | ||||||||||||||||
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- CCLXXVII - | ||||||||||||||||
Retrato de Lisi que traía en una sortija | ||||||||||||||||
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- CCLXXIV b - | ||||||||||||||||
Amor impreso en el alma que dura después de las cenizas | ||||||||||||||||
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- CCLXXXI a - | ||||||||||||||||
Amor de sola una vista nace, vive, crece y se perpetua | ||||||||||||||||
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