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jueves, 14 de marzo de 2013

POEMAS DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER





  
Nació en Sevilla, el año 1836 y falleció en Madrid en 1870. Poeta español. Hijo y hermano de pintores, quedó huérfano a los diez años y vivió su infancia y su adolescencia en Sevilla, donde estudió humanidades y pintura. En 1854 se trasladó a Madrid, con la intención de hacer carrera literaria. Sin embargo, el éxito no le sonrió; su ambicioso proyecto de escribir una Historia de los templos de España fue un fracaso, y sólo consiguió publicar un tomo, años más tarde. Para poder vivir hubo de dedicarse al periodismo y hacer adaptaciones de obras de teatro extranjero, principalmente del francés, en colaboración con su amigo Luis García Luna, adoptando ambos el seudónimo de «Adolfo García». Durante una estancia en Sevilla en 1858, estuvo nueve meses en cama a causa de una enfermedad; probablemente se trataba de tuberculosis, aunque algunos biógrafos se decantan por la sífilis. Durante la convalecencia, en la que fue cuidado por su hermano Valeriano, publicó su primera leyenda, El caudillo de las manos rojas, y conoció a Julia Espín, según ciertos críticos la musa de algunas de sus Rimas, aunque durante mucho tiempo se creyó erróneamente que se trataba de Elisa Guillén, con quien el poeta habría mantenido relaciones hasta que ella lo abandonó en 1860, y que habría inspirado las composiciones más amargas del poeta. En 1861 contrajo matrimonio con Casta Esteban, hija de un médico, con la que tuvo tres hijos. El matrimonio nunca fue feliz, y el poeta se refugió en su trabajo o en la compañía de su hermano Valeriano en las escapadas de éste a Toledo para pintar. La etapa más fructífera de su carrera fue de 1861 a 1865, años en los que compuso la mayor parte de sus Leyendas, escribió crónicas periodísticas y redactó las Cartas literarias a una mujer, donde expone sus teorías sobre la poesía y el amor. Una temporada que pasó en el monasterio de Veruela en 1864 le inspiró Cartas desde mi celda, un conjunto de hermosas descripciones paisajísticas. Económicamente las cosas mejoraron para el poeta a partir de 1866, en que obtuvo el empleo de censor oficial de novelas, lo cual le permitió dejar sus crónicas periodísticas y concentrarse en sus Leyendas y sus Rimas, publicadas en parte en El museo universal. Pero con la revolución de 1868, el poeta perdió su trabajo, y su esposa lo abandonó ese mismo año. Se trasladó entonces a Toledo con su hermano Valeriano, y allí acabó de reconstruir el manuscrito de las Rimas, cuyo primer original había desaparecido cuando su casa fue saqueada durante la revolución septembrina. De nuevo en Madrid, fue nombrado director de la revista La Ilustración de Madrid, en la que también trabajó su hermano como dibujante. El fallecimiento de éste, en septiembre de 1870, deprimió extraordinariamente al poeta, quien, presintiendo su propia muerte, entregó a su amigo Narciso Campillo sus originales para que se hiciese cargo de ellos tras su óbito, que ocurriría tres meses después del de Valeriano. La inmensa fama literaria de Bécquer se basa en sus Rimas, que iniciaron la corriente romántica de poesía intimista inspirada en Heine y opuesta a la retórica y la ampulosidad de los poetas románticos anteriores. La crítica literaria del momento, sin embargo, no acogió bien sus poemas, aunque su fama no dejaría de crecer en los años siguientes. Las Rimas, tal y como han llegado hasta nosotros, suman un total de ochenta y seis composiciones. De ellas, setenta y seis se publicaron por vez primera en 1871 a cargo de los amigos del poeta, que introdujeron algunas correcciones en el texto, suprimieron algunos poemas y alteraron el orden del manuscrito original (el llamado Libro de los gorriones, hoy custodiado en la Biblioteca Nacional de Madrid). El contenido de las rimas ha sido dividido en cuatro grupos: el primero (rimas I a XI) es una reflexión sobre la poesía y la creación literaria; el segundo (XII a XXIX), trata del amor y de sus efectos en el alma del poeta; el tercero (XXX a LI) pasa a la decepción y el desengaño que el amor causa en el alma del poeta; y el cuarto (LII a LXXXVI) muestra al poeta enfrentado a la muerte, decepcionado del amor y del mundo. Las Rimas se presentan habitualmente precedidas de la "Introducción sinfónica" que, probablemente, Bécquer preparó como prólogo a toda su obra. Su prosa destaca, al igual que su poesía, por la gran musicalidad y la sencillez de la expresión, cargada de sensibilidad; siguiendo los pasos de Hoffman y Poe, sus Leyendas recrean ambientes fantásticos y envueltos en una atmósfera sobrenatural y misteriosa. Destacan por ese ambiente de irrealidad, de misterio, situado siempre sobre un plano real que deforma y desbarata. Así, en La Corza blanca, donde la protagonista se transforma de noche en el citado animal; o en El monte de las ánimas, en la que el mismo escenario de un paseo amoroso se transforma en el campo del horror fantasmal y en la que el terror llega hasta la alcoba mejor defendida y adornada; o, por fin, en Los ojos verdes y, sobre todo, El rayo de luna, donde lo irreal, enfrentado a la realidad, hace optar a los protagonistas por el sueño, por la locura en la que quieren vivir lo que la realidad les niega. Son logradas las descripciones de ambientes: del barullo de la entrada en la catedral en Maese Pérez, el organista, al silencio del claustro en El rayo de luna, o las procesiones fantasmales de La ajorca de oro y El Miserere.


Rimas


- I -

   Yo sé un himno gigante y extraño
que anuncia en la noche del alma una aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las sombras.

    Yo quisiera escribirlo, del hombre
domando el rebelde, mezquino idioma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.

   Pero en vano es luchar; que no hay cifra
capaz de encerrarlo, y apenas ¡oh, hermosa!
si, teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, contártelo a solas.




- II -

   Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
sin adivinarse dónde
temblando se clavará;


   hoja que del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde a caer volverá;

   gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y no sabe
qué playas buscando va;

   luz que en cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
ignorándose cuál de ellos
el último brillará;

   eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo, sin pensar
de dónde vengo ni a dónde
mis pasos me llevarán.




- III -


   Sacudimiento extraño
que agita las ideas,
como el huracán empuja
las olas en tropel;

    murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo,
como volcán que sordo
anuncia que va a arder;

   deformes siluetas
de seres imposibles;
paisajes que aparecen
como a través de un tul;

   colores, que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del iris,
que nadan en la luz;

   ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás;

   memorias y deseo
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar;

   actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin rienda que lo guíe
caballo volador;

   locura que el espíritu
exalta y enardece;
embriaguez divina
del genio creador...
   ¡Tal es la inspiración!


   Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro,
y entre las sombras hace
la luz aparecer;

    brillante rienda de oro
que poderosa enfrena
de la exaltada mente
el volador corcel;


   hilo de luz que en haces
los pensamientos ata;
sol que las nubes rompe
y toca en el cenit;

   inteligente mano
que en un collar de perlas
consigue las indóciles
palabras reunir;

   armonioso ritmo
que con cadencia y número
las fugitivas notas
encierra en el compás;

   cincel que el bloque muerde
la estatua modelando,
y la belleza plástica
añade a la ideal;

   atmósfera en que giran
con orden las ideas,
cual átomos que agrupa
recóndita atracción

   raudal en cuyas ondas
su sed la fiebre apaga;
oasis que al espíritu
devuelve su vigor...

   ¡Tal es nuestra razón!
Con ambas siempre lucha
y de ambas vencedor,
tan sólo el genio puede
a un yugo atar las dos.






- IV -

No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
      habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
       palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
      de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve
      perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
       ¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
       las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
       que al cálculo resista;

mientras la humanidad, siempre avanzando
      no sepa a do camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
      ¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma,
      sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
       a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza
       batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
      ¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
       los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
       al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso
       dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa
      ¡habrá poesía!




- V -

   Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

    Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

   Yo soy el fleco de oro
cae la lejana estrella;
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

   Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea;
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

   Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

   En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruinas hiedra.

   Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago,
y rujo en la tormenta.

   Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura,
y lloro en la hoja seca.

   Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

   Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan,
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.

   Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino arroyo
desnudas juguetean.

   Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el Océano
las náyades ligeras.

   Yo, en las cavernas cóncavas,
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.

   Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

   Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

   Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.

   Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa;
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra.

   Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

   Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso,
de que es vaso el poeta.




- VI -

   Como la brisa que la sangre orea
sobre el oscuro campo de batalla,
cargada de perfumes y armonías
en el silencio de la noche vaga;

   símbolo del dolor y la ternura,
del bardo inglés en el horrible drama,
la dulce Ofelia, la razón perdida,
cogiendo flores y cantando pasa.



- VII -

   Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
      veíase el arpa.

   ¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
      que sabe arrancarlas!

   ¡Ay! -pensé-. ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: «Levántate y anda!»




- VIII -

   Cuando miro el azul horizonte
       perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
       dorado e inquieto,
me parece posible arrancarme
       del mísero suelo
y flotar con la niebla dorada
      en átomos leves
      cual ella deshecho.

   Cuando miro de noche en el fondo
       oscuro del cielo
las estrellas temblar, como ardientes
      pupilas de fuego,
me parece posible a do brillan
       subir en un vuelo
y anegarme en su luz, y con ellas
       en lumbre encendido
      fundirme en un beso.

   En el mar de la duda en que bogo
       ni aun sé lo que creo;
¡sin embargo, estas ansias me dicen
       que yo llevo algo
      divino aquí dentro!...




- IX -
   Besa el aura que gime blandamente
las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a la nube en Occidente
y de púrpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza,
y hasta el sauce inclinándose a su peso,
al río que le besa, vuelve un beso.




- X -
   Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada;
oigo flotando en olas de armonía
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... ¿Qué sucede?
¡Es el amor, que pasa!





- XI -

   -Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión;
de ansia de goces mi alma está llena;
¿a mí me buscas? -No es a ti, no.

   -Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro;
puedo brindarte dichas sin fin;
yo de ternura guardo un tesoro;
¿a mí me llamas? -No, no es a ti.

   -Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte. -¡Oh, ven; ven tú!




- XII -

   Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas:
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva
y verdes son las pupilas
de las hurís del profeta.

   El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera.
Entre sus siete colores
brillante el iris lo ostenta.
Las esmeraldas son verdes,
verde el color del que espera
y las ondas del Océano
y el laurel de los poetas.

    Es tu mejilla temprana
rosa de escarcha cubierta,
en que el carmín de los pétalos
se ve al través de las perlas.
      Y sin embargo,
      sé que te quejas
      porque tus ojos
      crees que la afean:
      pues no lo creas,
que parecen tus pupilas,
húmedas, verdes e inquietas,
tempranas hojas de almendro
que al soplo del aire tiemblan.

   Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta.
que en el estío convida a
apagar la sed en ella.
      Y sin embargo,
       sé que te quejas
      porque tus ojos
      crees que la afean:
       pues no lo creas,
que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.

   Es tu frente que corona
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.
      Y sin embargo,
      sé que te quejas
       porque tus ojos
      crees que la afean:
       pues no lo eras,
que, entre las rubias pestañas,
junto a las sienes, semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.

- XIII -

   Tu pupila es azul, y cuando ríes
su claridad suave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
      que en el mar se refleja.

   Tu pupila es azul, y cuando lloras
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
      sobre una violeta.

   Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
       ¡una perdida estrella!




- XIV -

   Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,
la imagen de tus ojos se quedó
como la mancha oscura, orlada en fuego,
que flota y ciega si se mira al sol.

   Adondequiera que la vista fijo
torno a ver sus pupilas llamear;
mas no te encuentro a ti, que es tu mirada:
unos ojos, los tuyos, nada más.

   De mi alcoba en el ángulo los miro
desasidos fantásticos lucir:
cuando duermo los siento que se ciernen
de par en par abiertos sobre mí.

   Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche
llevan al caminante a perecer:
yo me siento arrastrado por tus ojos,
pero adónde me arrastran no lo sé.



- XV -

   Cendal flotante de leve bruma,
rizada cinta de blanca espuma,
      rumor sonoro
      de arpa de oro,
beso del aura, onda de luz,
       eso eres tú.

   Tú, sombra aérea, que cuantas veces
voy a tocarte te desvaneces
como la llama, como el sonido,
como la niebla, como el gemido
      del lago azul.

   En mar sin playas onda sonante,
en el vacío cometa errante,
      largo lamento
      del ronco viento,
ansia perpetua de algo mejor,
       eso soy yo.

   ¡Yo, que a tus ojos en mi agonía
los ojos vuelvo de noche y día;
yo, que incansable corro demente
tras una sombra, tras la hija ardiente
       de una visión!

- XVI -

   Si al mecer las azules campanillas
      de tu balcón
crees que suspirando pasa el viento
       murmurador,
sabe que, oculto entre las verdes hojas,
       suspiro yo.

   Si al resonar confuso a tus espaldas
      vago rumor
crees que por tu nombre te ha llamado
       lejana voz,
sabe que, entre las sombras que te cercan,
       te llamo yo.

   Si te turba medroso en la alta noche
       tu corazón,
al sentir en tus labios un aliento
      abrasador,
sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
       respiro yo.




- XVII -
   Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
hoy llega al fondo de mi alma el sol;
hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...
       ¡Hoy creo en Dios!



- XVIII -

      Fatigada del baile,
encendido el color, breve el aliento,
      apoyada en mi brazo,
del salón se detuvo en un extremo.

      Entre la leve gasa
que levanta el palpitante seno
       una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.

      Como en cuna de nácar
que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
       tal vez allí dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.

      ¡Oh! ¿Quién así -pensaba-
dejar pudiera deslizarse el tiempo?
       ¡Oh, si las flores duermen,
qué dulcísimo sueño!




- XIX -

   Cuando sobre el pecho inclinas
la melancólica frente,
una azucena tronchada
      me pareces.

   Porque al darte la pureza
de que es símbolo celeste,
como a ella te hizo Dios:
      de oro y nieve.

- XX -
   Sabe, si alguna vez tus labios rojos
quema invisible atmósfera abrasada,
que el alma que hablar puede con los ojos
también puede besar con la mirada.




- XXI -
   -¿Qué es poesía? -dices mientras clavas
       en mi pupila tu pupila azul-.
¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
      Poesía... eres tú.




- XXII -
   ¿Cómo vive esa rosa que has prendido
       junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en la tierra
      sobre el volcán la flor.




- XXIII -
   Por una mirada, un mundo;
Por una sonrisa, un cielo;
por un beso... ¡yo no sé
qué te diera por un beso!

- XXIV -

   Dos rojas lenguas de fuego
que a un mismo tronco enlazadas
se aproximan y al besarse
forman una sola llama;

   dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca
y en el espacio se encuentran
y armoniosas se abrazan;

   dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa
y que al romper se coronan
con un penacho de plata;

   dos jirones de vapor
que del lago se levantan
y al juntarse allí en el cielo
forman una nube blanca:

   dos ideas que al par brotan,
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden...:
eso son nuestras dos almas.




- XXV -

   Cuando en la noche te envuelven
las alas de tul del sueño
y tus tendidas pestañas
semejan arcos de ébano,
por escuchar los latidos
de tu corazón inquieto
y reclinar tu dormida
cabeza sobre mi pecho
       diera, alma mía,
      cuanto poseo:
      ¡la luz, el aire
      y el pensamiento!

    Cuando se clavan tus ojos
en un invisible objeto
y tus labios ilumina
de una sonrisa el reflejo,
por leer sobre tu frente
el callado pensamiento,
que pasa como la nube
del mar sobre el ancho espejo,
       diera, alma mía,
      cuanto deseo:
      ¡la fama, el oro,
      la gloria, el genio!

   Cuando enmudece tu lengua,
y se apresura tu aliento,
y tus mejillas se encienden,
y entornas tus ojos negros,
por ver entre tus pestañas
brillar con húmedo fuego
la ardiente chispa que brota
del volcán de los deseos,
       diera, alma mía,
       por cuanto espero:
       ¡la fe, el espíritu,
      la tierra, el cielo!




- XXVI -
   Voy contra mi interés al confesarlo;
       pero yo, amada mía,
pienso, cual tú, que una oda sólo es buena
de un billete del Banco al dorso escrita.
No faltará algún necio que al oírlo
       se haga cruces y diga:
«Mujer al fin del siglo diecinueve,
material y prosaica...» ¡Bobería!
¡Voces que hacen correr cuatro poetas
que en invierno se embozan con la lira!
¡Ladridos de los perros a la luna!
Tú sabes y yo sé que en esta vida,
con genio, es muy contado quien la escribe,
y con oro, cualquiera hace poesía.




- XXVII -

   Despierta, tiemblo al mirarte;
dormida, me atrevo a verte;
por eso, alma de mi alma,
yo velo mientras tú duermes.

   Despierta, ríes, y al reír, tus labios
       inquietos me parecen
relámpagos de grana que serpean
      sobre un cielo de nieve.

   Dormida, los extremos de tu boca
       pliega sonrisa leve,
suave como el rastro luminoso
      que deja un sol que muere.
      -¡Duerme!

   Despierta, miras, y al mirar, tus ojos
      húmedos resplandeces
como la onda azul, en cuya cresta
      chispeando el sol hiere.

   Al través de tus párpados, dormida,
       tranquilo fulgor viertes,
cual derrama de luz templado rayo,
       lámpara transparente...
      -¡Duerme!

   Despierta, hablas, y al hablar, vibrantes
       tus palabras parecen
lluvia de perlas que en dorada copa
       se derrama a torrentes.

   Dormida, en el murmullo de tu aliento
       acompasado y tenue,
escucho yo un poema que mi alma
      enamorada entiende...
      -¡Duerme!

   Sobre el corazón la mano
me he puesto por que no suene
su latido y de la noche
turbe la calma solemne.

   De tu balcón las persianas
cerré ya por que no entre
el resplandor enojoso
de la aurora y te despierte...
      -¡Duerme!

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