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sábado, 19 de marzo de 2011

POEMAS DE BALTAZAR DE ALCÁZAR






Nació este poeta en Sevilla, en 1530 o 1531, de una familia de las más distinguidas. En su juventud militó bajo las banderas de don Álvaro de Bazán, donde ganó  gloria. Sin embargo, los cuidados de la guerra no le impidieron el cultivo de las artes de la paz, y cultivó con ahínco los clásicos latinos, especialmente a Marcial, cuya ligera ironía debió agradarle mucho, pues si bien no se puede decir que la imita, no deja de notarse la influencia que aquel príncipe de las latinidades tuvo sobre él. En la corte de Felipe IV brilló mucho, pues era hermano del sumiller de cortina de S. M. Si sus poemas amenos y muy bien hechos no bastasen para su inmortalidad, le bastaría el haber sido el primer protector del gran pintor Velásquez, a quien se lo recomendaba el suegro del autor de Las Meninas: fue él quien por medio de su hermano lo hizo conocer por el Conde Duque y recomendar al rey. Y si hablamos de esto, es que la amistad del pintor Pacheco con Baltasar de Alcázar era ante todo literaria: Pacheco, que no había casi salido de Sevilla, estaba en relación con casi todos los ingenios de aquel tiempo, y tenía en Sevilla una suerte de academia en su estudio de pintor, a la cual solían asistir Luis de Góngora y Argote, Francisco de Quevedo y Villegas, Baltazar de Alcázar, etc. Pacheco no era mal prosador, y el gran don Francisco de Quevedo le concedió beligerancia y sostuvo con él una larga polémica por medio de la imprenta, sobre asuntos puramente literarios o filosóficos, y que en nada afectó a la amistad que ambos contendientes se tenían. No recuerdo qué ingenio de la época llamó al estudio de Pacheco la cárcel dorada del arte, lo que no era muy exagerado, pues si bien sus obras de pintura no eran sobresalientes, sus dibujos eran notables, sin contar con que tenía cuadros de todos los primeros de su glorioso yerno, a quien tanto amó. Tenía también una curiosísima colección de objetos de arte antiguos. Baltazar de Alcázar murió el 16 de febrero de 1606.

  
TRES COSAS
 
 
  Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón
y berenjenas con queso.
 
  Esta Inés (amantes) es                             5
quien tuvo en mí tal poder,
que me hizo aborrecer
todo lo que no era Inés.
 
  Trájome un año sin seso,
hasta que en una ocasión                          10
me dio a merendar jamón
y berenjenas con queso.
 
  Fue de Inés la primer palma,
pero ya júzgase mal
entre todos ellos cuál                                15
tiene más parte en mi alma.
 
  En gusto, medida y peso
no le hallo distinción,
ya quiero Inés, ya jamón,
ya berenjenas con queso.                           20
 
  Alega Inés su beldad,
el jamón que es de Aracena,
el queso y berenjena
la española antigüedad.
 
  Y está tan en fil el peso                            25
que juzgado sin pasión
todo es uno, Inés, jamón,
y berenjenas con queso.
 
  A lo menos este trato
de estos mis nuevos amores,                      30
hará que Inés sus favores,
me los venda más barato.
 
  Pues tendrá por contrapeso
si no hiciere razón,
una lonja de jamón                                     35
y berenjenas con queso.



CENA JOCOSA 

(También conocido como “Una Cena”)


En Jaén, donde resido, 
vive don Lope de Sosa, 
y diréte, Inés, la cosa 
más brava d'él que has oído. 

Tenía este caballero                                    5
un criado portugués... 
Pero cenemos, Inés, 
si te parece, primero. 

La mesa tenemos puesta; 
lo que se ha de cenar, junto;                         10
las tazas y el vino, a punto; 
falta comenzar la fiesta. 

Rebana pan. Bueno está. 
La ensaladilla es del cielo; 
y el salpicón, con su ajuelo,                           15
¿no miras qué tufo da? 

Comienza el vinillo nuevo 
y échale la bendición: 
yo tengo por devoción 
de santiguar lo que bebo.                              20

Franco fue, Inés, ese toque; 
pero arrójame la bota; 
vale un florín cada gota 
d'este vinillo aloque. 

¿De qué taberna se trajo?                              25
Mas ya: de la del cantillo; 
diez y seis vale el cuartillo; 
no tiene vino más bajo. 

Por Nuestro Señor, que es mina 
la taberna de Alcocer:                                   30
grande consuelo es tener 
la taberna por vecina. 

Si es o no invención moderna, 
vive Dios que no lo sé, 
pero delicada fue                                          35
la invención de la taberna. 

Porque allí llego sediento, 
pido vino de lo nuevo, 
mídenlo, dánmelo, bebo, 
págolo y voyme contento.                            40

Esto, Inés, ello se alaba; 
no es menester alaballo; 
sola una falta le hallo: 
que con la priesa se acaba. 

La ensalada y salpicón                                  45
hizo fin; ¿qué viene ahora? 
La morcilla. ¡Oh, gran señora, 
digna de veneración! 

¡Qué oronda viene y qué bella! 
¡Qué través y enjundias tiene!                        50
Paréceme, Inés, que viene 
para que demos en ella. 

Pues, ¡sus!, encójase y entre, 
que es algo estrecho el camino. 
No eches agua, Inés, al vino,                         55
no se escandalice el vientre. 

Echa de lo trasaniejo, 
porque con más gusto comas; 
Dios te salve, que así tomas, 
como sabia, mi consejo.                                60

Mas di: ¿no adoras y precias 
la morcilla ilustre y rica? 
¡Cómo la traidora pica! 
Tal debe tener especias. 

¡Qué llena está de piñones!                            65
Morcilla de cortesanos, 
y asada por esas manos 
hechas a cebar lechones. 

¡Vive Dios, que se podía 
poner al lado del Rey                                    70
puerco, Inés, a toda ley, 
que hinche tripa vacía! 

El corazón me revienta 
de placer. No sé de ti 
cómo te va. Yo, por mí,                                75
sospecho que estás contenta. 

Alegre estoy, vive Dios. 
Mas oye un punto sutil: 
¿No pusiste allí un candil? 
¿Cómo remanecen dos?                                80

Pero son preguntas viles; 
ya sé lo que puede ser: 
con este negro beber 
se acrecientan los candiles. 

Probemos lo del pichel.                                 85
¡Alto licor celestial! 
No es el aloquillo tal, 
ni tiene que ver con él. 

¡Qué suavidad! ¡Qué clareza! 
¡Qué rancio gusto y olor!                               90
¡Qué paladar! ¡Qué color, 
todo con tanta fineza! 

Mas el queso sale a plaza, 
la moradilla va entrando, 
y ambos vienen preguntando                         95
por el pichel y la taza. 

Prueba el queso, que es extremo: 
el de Pinto no le iguala; 
pues la aceituna no es mala; 
bien puede bogar su remo.                            100

Pues haz, Inés, lo que sueles: 
daca de la bota llena 
seis tragos. Hecha es la cena; 
levántense los manteles. 

Ya que, Inés, hemos cenado                          105
tan bien y con tanto gusto, 
parece que será justo 
volver al cuento pasado. 

Pues sabrás, Inés hermana, 
que el portugués cayó enfermo...                    110
Las once dan; yo me duermo; 
quédese para mañana.

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