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sábado, 19 de marzo de 2011

POEMAS DE SANTA TERESA DE JESÚS (SANTA TERESA DE ÁVILA)










Teresa de Ahumada nació en Ávila, el 28 de marzo de 1515. Se llamaba Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada, aunque generalmente usó el nombre de Teresa Ahumada. Desde sus más breves años comenzó a sentir mística exaltación, y a los 7 años huyó de su casa con un hermano, para ir a buscar martirio. Vuelta al hogar, a los doce años pasó por el dolor de perder a su madre, lo que la afectó en extremo y pareció decidir su vocación religiosa. A los 16 años entró en el convento de Santa María de Gracia, llevada por su padre a causa de sus malas frecuentaciones, entre ellas la de una su prima, y de las exageradas lecturas de libros de caballerías. El tres de noviembre de 1534, a los 19 años de edad, profesó en el convento de la Encarnación de Ávila. Poco después cayó gravemente enferma y su padre la llevó a baños minerales: sentía los primeros síntomas de sus neurosis. En 1537, en casa de su padre, sufrió un ataque de parasismo, y durante dos años estuvo paralítica. Curó, y durante bastantes años su fe anduvo bastante entibiada, hasta que volvió al pasado ardor religioso porque, según dice ella, Cristo se le apareció con airado semblante. Entonces creyó que la causa de su frialdad provenía de su demasiado frecuente trato con seglares, y resolvió reformar la orden del Carmelo, a la cual pertenecía, y fundar religiones de monjas descalzas y enclaustradas. Era la hora que llegaran estas reformas, pues la orden estaba del todo relajada. En su empresa tuvo grandes dificultades que vencer, pero le ayudaron eficazmente una de sus hermanas, otros parientes, varios señores piadosos y la duquesa de Alba. Sus principales obras son en prosa: amenas unas veces, especiosas otras, son pruebas de que la santa, que tanto se queja en ellas de su falta de letras, era una gran estilista. Las obras místicas de carácter didáctico más importantes de cuantas escribió la santa se titulan: Camino de perfección (1562-1564); Conceptos del amor de Dios y Castillo interior o Las moradas. Además de estas tres, pertenecen a dicho género las tituladas: Vida de Santa Teresa de Jesús (1562-1565) escrita por ella misma y cuyos originales se encuentran en la biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del El Escorial; Libro de las fundaciones (1573-1528); Libro de las constituciones (1563); Avisos de Santa Teresa; Modo de visitar los conventos de religiosas; Exclamaciones del alma a su Dios; Meditaciones sobre los cantares; Visita de descalzas; Avisos; Ordenanzas de una cofradía; Apuntaciones; Desafío espiritual y Vejamen. También escribió Santa Teresa poesías, escritos breves y escritos sueltos sin considerar una serie de obras que se le atribuyen. Escribió Teresa también 409 Cartas, publicadas en distintos epistolarios. Los escritos de la Santa Católica se han traducido a varios idiomas. El nombre de Santa Teresa de Jesús figura en el Catálogo de autoridades de la lengua publicado por la Real Academia Española (R.A.E.). En cuanto a sus poemas, fueron compuestas en algunos y muy especiales momentos de mayor ardor místico, por lo que ella decía que “la Divinidad se las inspiraba”. La última de las que aquí damos, el popular soneto, es también atribuido a San Juan de la Cruz. El espíritu de este soneto parece, en efecto, de la santa, pero su forma parece más bien de su gran amigo. Santa Teresa murió, después de realizada su obra de reforma, el 4 de octubre de 1582, a los sesenta y siete años. Fue canonizada por el Papa Gregorio XV en 1622 y, muchos años después, fue proclamada “Doctora de la Iglesia” el 27 de septiembre de 1970 por el Papa Paulo VI. Posee, tradicionalmente, el “patronazgo” de los escritores.


 
 
VIVO SIN VIVIR EN MÍ
 
 
  Vivo sin vivir en mí,
y de tal manera espero,*
que muero porque no muero.
 
  Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor;               5
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí;
cuando el corazón le di
puse en él este letrero:
que muero porque no muero.             10
 
  Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión                       15
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
 
  ¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros                      20
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.           
 
  ¡Ay, qué vida tan amarga                   25
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga.
Quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,                     30
que muero porque no muero.
 
  Sólo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo, el vivir
me asegura mi esperanza.                    35
Muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero porque no muero.
 
  Mira que el amor es fuerte,
vida, no me seas molesta;                  40
mira que sólo te resta,
para ganarte, perderte.
Venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero porque no muero.            45
 
  Aquella vida de arriba
es la vida verdadera;
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva.
Muerte, no me seas esquiva;              50
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
 
  Vida, ¿qué puedo yo darle
a mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti                      55
para mejor a Él gozarle?
Quiero muriendo alcanzarle,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
 
 
*Variante: "y tan alta vida espero"



NADA TE TURBE (Eficacia de la paciencia)
 
 
(Letrilla que llevaba por registro en su breviario)
 
 
  Nada te turbe;
nada te espante;
todo se pasa;
Dios no se muda,
la pacïencia                                        5
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Solo Dios basta.



SONETO A CRISTO CRUCIFICADO
 
 
(Poema anónimo, atribuido a Santa Teresa de Jesús y, según otros autores, a San Juan de la Cruz)
 
 
  No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
 
  ¡Tú me mueves, Señor!  Muéveme el verte            5
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
 
  Muéveme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,              10
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
 
  No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

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